viernes, 30 de enero de 2009

Educación para la Ciudadanía, o "no puede ser que el no-ser sea"

Por fin el Supremo se decidió: no existe el derecho a objeción de conciencia en el caso de Educación para la Ciudadanía. A mí la verdad es que esta historia me suena un poco a subdesarrollo intelectual, pero en fin... Como filósofo fiel a su formación -supongo que pensaría de otro modo si hubiese estudiado Derecho- siempre había entendido la objeción de conciencia como un acto de naturaleza moral: algo que uno ejerce precisamente contra algún tipo de exigencia por parte del Poder, de manera que yo lo imaginaba en plan Antígona, es decir, heroicamente y asumiendo las consecuencias, por muy terribles que fueran. Ahora resulta que no: por lo visto, son los tribunales los que deciden en qué casos el Poder debe reconocer el derecho a la objeción de conciencia. ¡Pues vaya conciencia!

A mí toda esta histeria alrededor de la asignatura me parece ridícula. Yo no creo al clero español cuando se queja de la posibilidad de "adoctrinamiento" y cuando reclama el derecho de los padres a elegir la educación moral de sus hijos. ¿Se quejaría igualmente si el contenido de ese adoctrinamiento le fuese más afín? Lo dudo. Y también me parece que la mayoría de las opiniones sobre la asignatura no están lo suficientemente formadas: cuando uno mira los objetivos de la asignatura (que es lo único que viene marcado por la ley), se da cuenta de que Educación para la Ciudadanía puede ser algo tan peligroso como inane, dependiendo de en qué manos caiga. Pero, ¡ah!, las manos son las que son: nos llevan adoctrinando desde tiempos remotos, y quienes hemos estudiado en centros públicos (no digo ya en los otros) hemos escuchado todo tipo de sentencias sobre lo humano y lo divino, sin necesidad de asignatura ciudadana.

Pero a lo que iba: todos estos debates sobre la bondad o maldad de la asignatura se hubieran evitado de haberse planteado un debate previo sobre una cuestión mucho más radical: ¿es siquiera posible una asignatura cuyo objetivo sea la Educación para la Ciudadanía? No, no lo es. Y no lo es porque a todo este asunto subyace un fundamental y terrible malentendido: se piensa que los valores (como la justicia, el diálogo, el respeto...) pueden ser convertidos en conceptos, y de este modo, "explicados". Se piensa que basta decirle a los alumnos que hay varios tipos de familia para evitar la homofobia; o que los inmigrantes crean riqueza y pagan las pensiones de las sociedades en las que viven, para evitar el racismo. Y así con todo lo demás. Pero no es cierto: decía Scheler que los valores no son, sino que los valores valen. Y es justamente así: están implícitos en la acción y su aprendizaje no se lleva a cabo por una teorización acerca de su naturaleza (y mucho menos de su fundamentación). Se aprende lo que es la belleza femenina viendo a Catherine Zeta-Jones, Natalie Portman y Liv Tyler, no en una asignatura en la que se explica en qué consiste la belleza femenina y en la que se hacen ejercicios para reconocerla y aplicarla a ejemplos concretos.

Los valores no se aprenden, se imitan. Van unidos al pensamiento y a las acciones de un modo tal que sólo pueden ser transmitidos en el contexto de la propia vida, una vida que, afortunadamente para los chicos, es mucho más que las dos horas semanales en que se imparte este contrasentido. Se podrá educar, no ya ciudadanos, sino personas, cuando toda la sociedad asuma la difícil tarea de crear paradigmas de acción y de pensamiento que contengan nuestros valores compartidos. Cuando se acepte que, como dice Marina, "toda la tribu educa". Lo demás -como ocurre con todas las políticas impactantes de nuestro presidente- es humo, y menos que nada.

miércoles, 21 de enero de 2009

La fuerza numinosa del Islam

De todos es sabido que el Islam goza hoy en Occidente de algo que, a falta de mejor término, se me ocurre llamar “impunidad semántica”. El concepto “Islam” sacraliza su propia extensión: al tocar las cosas, las vuelve intocables. Extiende el aura de lo sagrado sobre todas las realidades que le son próximas, incluso sobre aquellas que lo son sólo de modo indirecto. En él vibra intensamente la fuerza numinosa-totémica propia de las religiones naturales, contra la que la civilización racional-cristiana ha luchado durante siglos (principalmente en su propio interior). Hoy es casi imposible mencionar las costumbres de los fieles musulmanes o los sistemas políticos de sus sociedades, sin sentir que uno está penetrando peligrosamente más allá del velo del templo; un velo que, por supuesto, ningún profeta se ha atrevido a rajar…

Un triste ejemplo de todo esto es Palestina. Sin duda, son muchas las injusticias cometidas por Israel a lo largo de este conflicto, y es atributo de un sistema democrático la exposición a la crítica. Sin embargo, siempre esperamos a que sean sus atrocidades las que salgan a la luz para elevar la voz sobre lo que está ocurriendo allí. Las del otro lado están cubiertas por ese aura de impunidad que sólo el miedo a la aniquilación física es capaz de crear. Ninguna Carmen Machi, ningún Zerolo, ningún sindicalista, y desde luego ningún político convoca manifestación alguna cuando la bestia del fundamentalismo islámico de Hamas (pues no es otra cosa que eso) asesina vilmente a los palestinos que les son incómodos, atenta contra escuelas judías, o transportes públicos con niños incluidos.

Igual que “Los Actores” (pues así, en mayúsculas, debe nombrarse esa nueva ecclesia de orden y progreso surgida entre nosotros) condenaban la guerra de Irak en los Goyas y agachaban la cabeza para lamer dólares y Óscars en Hollywood, la intelectualidad y los movimientos sociales europeos callan cobardemente cuando mueren los niños hebreos a manos de los islamistas, mientras se sienten a salvo para denunciar los crímenes del Estado de Israel en medio de las chirigotas de banderas republicanas, comunistas y sindicales, donde uno –que algo de historia y filosofía sabe– se siente incapaz de reconocer lo que esos colores significaron una vez. (Es difícil no ruborizarse pensando qué dirían de todo esto los izquierdistas de cuando la izquierda era progresista).

Ningún comunista recuerda ya, cuando ve a su partido envuelto en la causa palestina, que Yasir Arafat honraba la memoria del Gran Mufti al-Husseini, -colaboracionista nazi que no pudo ser juzgardo tras la II Guerra Mundial por la negativa de los países árabes a extraditarlo-, y que se gastaba el dinero de los trabajadores occidentales en zapatos parisinos para su esposa. Ningún laicista, mientras protesta indignado ante la presencia de crucifijos en algunas escuelas occidentales, se queja de que el único Estado laico del mundo musulmán lo sea sólo gracias a la presión del ejército, ni del ataque a la libertad religiosa en países como Arabia, Sudán, Turkmenistán, ni de que Arabia Saudí (fiel aliado de Occidente, que nos vende petróleo y nos compra azulejos) castigue la apostasía con la pena de muerte. No hay manifestaciones en Europa para protestar por todo eso. Otra vez nos negamos a mirar la realidad histórica con lucidez y sin maniqueísmos, y otra vez -qué casualidad- los judíos son elegidos como víctimas expiatorias de los males del mundo. En pocos casos como éste se ve tan claro el perverso rostro de la parcialidad, la cobardía y la sumisión.

sábado, 10 de enero de 2009

Schlecht und schlicht

De Jiménez Lozano: la gran falacia de la sociedad democrática es que todo lo bueno es accesible para todos.

Así, inversamente, lo que no es accesible para todos debe ser malo, antidemocrático. Es necesario llamar “educación” a la ignorancia, que es lo único que todos podemos llegar a tener en común; es necesario llamar “arte” al mal gusto, que a todos une; es necesario que incluso la fama pueda ser alcanzada por cualquiera, justamente por el hecho de ser “cualquiera”, y la televisión se encarga de que ya nadie recuerde que la fama era el resultado de la acción excepcional. Lo excepcional, lo sobresaliente, son conceptos fascistas. Quedan fuera del circo.

domingo, 4 de enero de 2009

Esbozo de una teoría etnocentrista

Premisa: las estructuras simbólicas y religiosas de los pueblos son las que guían su organización social, política y económica. Justificación: el hombre no sabe naturalmente qué es el mundo ni cómo debe comportarse ante él y con los otros hombres. Luego debe inventarlo todo: su comprensión, su representación de la realidad, sus formas de acción. Esa tarea la lleva a cabo el pensamiento en su fase más elemental (simbólico-religiosa), configurando esquemas básicos que luego se desarrollan.

Cuando contemplamos horrorizados la ruina económica y social de pueblos enteros de la tierra, antes de apresurarnos a entonar el incesante mea culpa heredado del complejo postcolonialista, deberíamos preguntar qué tipo de pensamiento domina esas sociedades y está encargado de su organización. El animismo y el misticismo fideísta generan miseria. Luego son falsos. Sólo la conciencia de la libertad, que es atributo de las estructuras de pensamiento cristianas, genera prosperidad. Luego la libertad es verdadera. Cada vez que reaparece el tedioso debate acerca de las raíces de Europa, se obvia de una manera preocupante que la racionalidad tecnológica y la moralidad universalista son un producto histórico de las formas de representación cristianas y que no son pensables al margen de éstas. Sus productos culturales no se exportan sin un sólido instinto anti-multiculturalista. Mientras lo olvidamos, Occidente se convierte en el laboratorio de todos las aberraciones intelectuales que hoy día se le enfrentan de tú a tú: no hay radical bolivariano ni fanático yihadista que no hay recibido del pensamiento europeo las herramientas intelectuales con las que bendice su guerra contra Occidente.

Pero, en fin, la constatación más obvia del paradójico y ridículo destino del relativismo cultural es el hecho de que, en su guerra contra las perversiones de la sociedad liberal, ni los bolivarianos usan cerbatanas amazónicas ni los yihadistas la gumía. Y es que, mientras se pone en duda la supremacía política, intelectual y moral de Occidente, nadie duda de la del AK-47.