viernes, 31 de diciembre de 2010

Feliz 2011

Y que el nuevo año sea, de verdad, nuevo...

miércoles, 29 de diciembre de 2010

Mentiras y bien gordas

A ver si lo entiendo... Hacer una birria de peli vale tres millones de euracos. Vale. Es una inversión más, y la frivolidad es tan cara...

Luego la gente va a verla al cine, y en taquilla se sacan cuatro milloncejos. Vale. Peor es lo de Ana Rosa y lo de Lady Gaga, cada una en su ámbito.

Pero es que, entonces, el Ministerio le concede otro millón de euros, para redondear la cifra: ya sabéis, esos euros que no son de nadie. Vale que mi torso no vale lo que el de Hugo Silva, pero yo pedí hace unos meses apenas unos trescientos eurillos para apoyar la publicación de mi tesis. Me lo denegaron, ¡y eso que yo me hubiera metido en la ducha con cualquiera! Claro que debe importar que la guionista del bodrio sea la actual Ministra de Cultura. ¿O soy un envidioso malpensado?

sábado, 25 de diciembre de 2010

Feliz Navidad

Ninguna religión -y especialmente la cristiana- debería ser tratada meramente como un conjunto de juicios o proposiciones acerca de cosas, de tal manera que analizarla consistiera en mostrar si cada una de esas proposiciones describe, o no, un hecho. Siempre me parecerá más interesante, y más justo con relación a su objeto, que la filosofía trate de entender, en nuestro caso, qué puede significar que lo máximamente trascendente se haya hecho (y sea, por tanto, en todo tiempo y antes de todo tiempo) carne: y pensarlo precisamente hoy, en un mundo máximamente metafísico (es decir, máximamente abstracto) donde parece consumarse la división platónica entre dos mundos. Del mismo modo, asumir, pensar e interiorizar, con el cristianismo, que el hombre tiene una vocación, y que esa vocación no es, como me sugirió en cierta ocasión un amigo teólogo, otra cosa que el deseo: hacer sitio a ese deseo íntimo que trata de ser tapado por el autodesprecio, las idealizaciones de nosotros mismos, las exigencias morales y sociales, etc. Confiar en ese deseo y no dejar todas nuestras decisiones en manos de la previsión y del control: conocer esa moral cristiana que está más allá del discurso sobre el resentimiento. Por último (por ir a lo que creo esencial), comprender que existe una forma de autoafirmación que no sólo no es incompatible con el reconocimiento del otro, sino que tiene lugar en y por él: que el hombre se hace efectivamente humano cuando renuncia a afirmarme a sí mismo negando al otro y descubre la alegre afirmación de la caridad: la servidumbre da paso al servicio, y el otro es reconocido como igual ("hermano").

Así que creyentes y no creyentes -todo aquel que ha sido tocado por la palabra del Evangelio- tenemos motivos para alegrarnos: ¡Feliz Navidad! Hodie Deus natus est!

lunes, 13 de diciembre de 2010

Nacionalismo chic

El nacionalismo lo inventaron, en el fondo, los franceses: la idea -revolucionaria entonces- era no dejar dividido el país por las ambiciones de clérigos, nobles, terratenientes: sólo hay un soberano, el Pueblo. Tampoco perdió su aura romántica y su vocación progresista cuando sirvió de soporte intelectual a las luchas que llevaron a cabo los pueblos sometidos por el colonialismo (en la India de Gandhi, por ejemplo). Todo eso terminó tan pronto como el nacionalismo se convirtió en lo que es hoy, al menos en este país: un instrumento de confrontación manejado por élites económicas, que crece sobre una retórica de la violencia. Y entonces es posible ver a un multimillonario como Laporta adoptar, sin rubor, la retórica de un campesino de Chiapas, o a una actriz porno colaboradora del Programa de Ana Rosa, como Lucía Lapiedra, clamando contra la opresión. Ya nadie se esfuerza por tapar el hedor clasista que exhala, y cuyas reivindicaciones no se diferencian de las de una clase de banqueros que decidiese crear un Estado propio para no tener que financiar los subsidios de los camioneros. Adeu Espanya! no es la voz dolorida de Maragall, sino la voz ronca por el Bombay Sapphire, despidiéndose desde un yate privado que ya ha partido.

domingo, 12 de diciembre de 2010

Igualdad animal

He de reconocer que me fascinan las cosas que hace el movimiento animalista. "Rescatar" once gallinas de una granja o llorar en plena calle con el cadáver de un bicho muerto sacado de la basura son acciones que me dejan pensando en qué cosa tan extraña es el ser humano. Por mucho material genético que compartamos con las otras especies animales, no hay, desde luego, ninguna que haga cosas tan extravagantes. Por mucha empatía que los primatólogos descubran en los chimpancés, ninguno de éstos rescata gallinas ni ensaya coreografías con cadáveres de gatos. Entre lo estúpido y lo sublime, la generosidad y el odio, no cabe duda de que la intención parece, por lo menos, buena. Ocurre, sin embargo, que nuestros propios prejuicios morales nos hacen creer que toda lucha por la felicidad ajena es generosa y digna de alabanza. Nos ocultan, en cambio, qué complejos y perversos mecanismos psicológicos llevan a los miembros de una especie inteligente a ir contra sus propios intereses vitales: renunciar al consumo de animales es, ante todo, una victoria sobre uno mismo. Recuerda a esa exaltación que, según Freud, siente el Yo cuando se ve capaz de renunciar al instinto: esa falsa superioridad que crea la moral cuando somete al cuerpo. Pero querer salvar precisamente a los animales: ésa es la cuestión interesante. Salvar a aquellos que no tienen ideas distintas, que no atacan mis convicciones, que no niegan mi deseo, que no molestan, que no se comportan impredeciblemente, que no ensucian el mundo, que no mienten: toda esta pureza rousseauniana rezuma tanto odio a lo humano... Se ve qué largo es el brazo del autodesprecio ascético, incluso allí donde todo rastro de la religión parece haberse esfumado. Mientras todos los animales de la tierra se esfuerzan en perseverar en su ser, el ser humano se sacrifica a extrañas exigencias morales y mueve cielo y tierra para realizarlas.

Decididamente, no somos iguales.

sábado, 11 de diciembre de 2010

C.G.T.

Concurso General de Traslados de profesores: enésimo motivo para odiar el sistema de las Autonomías y el artículo 2 de la Constitución.

Ala, ya lo he dicho.

martes, 7 de diciembre de 2010

Cuando el bien es noticia

Estos días no logro quitarme de la cabeza dos conversaciones: en la primera, estoy sentado hablando con los representantes de una Mesa Electoral Sindical, y empezamos a reflexionar sobre el hecho de que, cada cierto tiempo, aparece en televisión la noticia de que alguien se ha encontrado una cartera con dinero y la ha devuelto a su dueño. La reflexión es fácil: ¿qué demonios pasa en una sociedad cuando el bien es noticia? La segunda conversación tiene lugar con un amigo, que me cuenta que alguien ha roto el cristal del coche de su padre para robarle la acreditación de minusválido que permite aparcar en las zonas habilitadas para ellos. La reflexión también es fácil: ¡cuántos hijos de puta andan sueltos! Leyendo el periódico, me encuentro con el informe PISA, que vuelve a demostrar lo lerdos que somos, pero que no recoge ningún dato sobre la atrofia moral. Me pregunto si ambas cosas irán unidas: al fin y al cabo, una sociedad que vive de incentivar el consumo aporta todos los medios posibles para crear hedonistas preocupados por esa felicidad con la que sueñan las vacas y los ingleses (decía Nietzsche), pero carentes de generosidad, de capacidad de trabajo, de sentido para el bien colectivo. Ese hombre del que nada dice el informe PISA es el mismo que ahora se pretende domesticar con dos horas semanales de Educación para la Ciudadanía: ese narcisista en que se cumplen -si no escatológicamente, sí al menos sociológica y psicológicamente- las palabras de Cristo: "el que quiera salvar su vida, la perderá".

Los buenos ideales

Como es sabido, la izquierda política tiene su origen en la posición que ocupaba el Tercer Estado frente al Rey desde 1788. Originalmente, la izquierda encarnaba, pues, la mayor parte de políticas progresistas, así que, obviamente, su enemigo no era el liberalismo, sino el conservadurismo (o más exactamente: la "reacción"). Literalmente, la oposición se establecía entre quienes querían cambiar el statu quo y quienes querían conservarlo. Sin embargo, el cambio propugnado por la izquierda tenía un contenido bien definido: universalización de derechos, libertades individuales, abolición de privilegios. Incluso en los años de Marx, donde las condiciones socio-económicas habían cambiado sustancialmente, la izquierda significaba aproximadamente eso mismo. Ser de izquierdas significaba universalizar los derechos en un mundo donde la posición social era un destino casi religioso. Entonces, ser de izquierdas era, efectivamente, casi sinónimo del compromiso ético, como defienden aquí.

Sin embargo, todas las ideologías se petrifican rápidamente en catecismos de lugares comunes y tópicos mal disimulados. Y tan pronto como se erigen a sí mismas en jueces de la realidad, sucumben a la tentación totalitaria. Los buenos ideales son buenos como lo son los cómics de superhéroes: no hay placer que supere al de imaginar la aniquilación absoluta e incondicionada de los malvados por encima de todos los límites que impone la condición finita del hombre. Sin embargo, el bien ético sólo lo es en la realidad: sólo es bueno aquello que efectivamente hace el bien. O sea: crea condiciones de vida más justas, hace a la gente más feliz. En esto soy poco kantiano: no me interesan demasiado las buenas intenciones, y desconfío especialmente del entusiasmo con que actúan los iluminados por un bien que les habla siempre sotto voce: ese agustinismo que tan mal les sienta a los líderes revolucionarios y a los directores espirituales. Colectivizar los medios de producción no es, a priori, más ético que dejarlos en manos privadas: es el resultado de ambas acciones, siempre a posteriori, el que determina su idoneidad. Y ese resultado puede incluso variar según las circunstancias: en un determinado momento puede ser necesario colectivizar; en otro momento puede ser un simple despotismo. El izquierdista que cree que la intervención del Estado siempre amplifica el bienestar colectivo es tan dogmático como el liberal que cree en una "mano invisible" que corrige indefectiblemente los defectos del mercado libre, y saca bien de todo mal. Es la realidad la que debe juzgar la validez de nuestras ideas, no al revés. Malos son los buenos ideales que creen poder prescindir de la naturaleza de las cosas, porque se creen artífices de una nueva naturaleza: "En verdad -enseñaba Zaratustra- sus salvadores no surgieron de la libertad y del séptimo cielo de la libertad! En verdad, jamás marcharon sobre las alfombras del conocimiento. El espíritu de estos salvadores estaba lleno de lagunas".

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Informe semanal

La semana avanza. En la pared de la sala de profesores hay un reloj cuyo segundero se mueve con un ritmo homogéneo: no hay segundos distintos, todo es un flujo constante en el que cada instante engulle al anterior. Me parece un reloj heraclitiano: el mío, que pasa de segundo a segundo discontinuamente, es claramente atomista. Escucho la radio, que es, con la televisión, la Fenomenología del espíritu postmoderna, que narra en directo el devenir de la época: la Bolsa explota la burbuja europea de felicidad social, pone y quita leyes como Dios ponía y quitaba emperadores. Definitivamente, se acabó el tinglado. Es el fin del fin de la historia. La izquierda privatiza empresas públicas y limita las ayudas a los parados, mientras que la derecha hace ruido protestando por los recortes sociales. Todo fluye, en efecto. Entretanto, se cumple el viejo sueño democrático de la sociedad transparente: los trapicheos más inconfesables del gobierno más poderoso (¿aún?) del mundo, al alcance de las amas de casa y el Dalai Lama. Pero lo peor llega con la noticia de la muerte de Leslie Nielsen (viendo cómo crece el caos alrededor, uno recuerda aquel gran Aterriza como puedas, y el momento en que el director del aeropuerto confiesa: elegí un mal día para dejar de esnifar pegamento). Tempus fugit. El ser y el no ser se engendran mutuamente: los días y las noches, la riqueza y la pobreza, la vida y la muerte. Como el verano ha engendrado este invierno hostil y anticipado que, tampoco él, durará eternamente.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Puerta del Sol

El martes, después del congreso sobre Idealismo, quedé con un amigo para cenar en un estupendo restarante vegetariano que me descubrió mi amiga Sara en la calle Marqués de Santa Ana. Cuando miré en el plano el lugar donde habíamos quedado, comprobé con horror que se trataba de "Sol". La Puerta del Sol de Madrid es uno de los lugares del mundo que más odio: en primer lugar, por las millones de personas que allí se desplazan continuamente en todas las direcciones y que hay que ir esquivando cuidadosamente. Yo, además, tengo la habilidad de no conseguir nunca que sean los demás los que se aparten. Ni siquiera las señoras mayores: termino cediendo ante su paso firme y agresivo. Luego está la cosa estética: no soporto ver el intercambiador de metro y cercanías, ni que me asalte Bob Esponja o un muñeco de Disney, y lo peor de todo: me crea ansiedad todo ese montón de gente vestida de cartones amarillos que compra -o vende, según la época- oro. Me resulta, en fin, un lugar agobiante, caótico, kitsch y fraudulento. Y supongo que algo me influye ver que eso, exactamente eso, es el corazón de España.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Filosofar con dinamita

Quienes trabajamos con jóvenes vemos cómo, desde muy pronto, todos tienen respuestas acerca de multitud de cosas: valores, fines vitales, criterios morales, posicionamientos religiosos... Sin embargo, esas respuestas han sido siempre introducidas en nosotros por otros: cuando alcanzamos la plena autoconciencia, nos encontramos arrojados en medio de una compleja red de pensamientos y creencias que no hemos construido nosotros mismos. Es la ideología. Nuestras simpatías y antipatías ya están ahí. No las inventamos y, sin embargo, las defendemos con pasión, con agresividad a veces. En esa pasión inconsciente se revela la verdadera naturaleza de la ideología: el hecho de que ha sido creada por el poder y por la violencia como instrumento de domesticación del ego. A través de la ideología, el ser humano se somete a las exigencias morales de cada época: ella determina nuestra adaptación al conjunto social, además de canalizar la violencia que ella misma introduce, creando guetos simbólicos en nuestra mente: ellos/nosotros, bien/mal, verdad/error. El problema de la ideología no es el hecho de que mantenga al hombre bajo un velo ilusorio de ideas falsas, sino que lo hace a costa de avivar la violencia y la voluntad de dominio. En una sociedad de la información hipermediatizada como la nuestra, la utopía dialógica socrática se hace completamente imposible, pues el lenguaje no puede crear un espacio a la verdad. Ese espacio ya está, de antemano, saturado. Por eso la filosofía contemporánea ha dejado de ser una constructora de ideas para convertirse en una de-constructora: más que filosofar con el martillo (Nietzsche dixit), hay que filosofar con dinamita. Cuando se ha volado la muralla, ya no hay miedo a la pérdida de esa coraza con la que se identificaba el yo: se puede recomenzar, con honestidad y con amor, desde uno mismo.

sábado, 13 de noviembre de 2010

Tauromaquia (o por qué el hombre se empeña en no comportarse como tal)

Tengo pocas dudas de que la tauromaquia desaparecerá en un lapso de tiempo relativamente corto. El Zeitgeist es implacable, y en su despliegue no se enreda en discusiones estéticas, morales o políticas. Simplemente avanza en una dirección, y hay posiciones que son demasiado ajenas a ese espíritu. Nuestra época es la de ese “budismo europeo” que Nietzsche detectó en Schopenhauer: la de una moral movida, al mismo tiempo, por la nostalgia de la aponía y por el más profundo autodesprecio. En esto somos, efectivamente, posthumanistas. Pensar este asunto abre, sin embargo, un haz de claridad sobre nuestra propia condición presente, a pesar de ser en vano. Es, al menos, un ejercicio de aquella “lucidez impotente” de que hablaba Gómez Dávila.

Para los animalistas, hay una especie de tendencia natural evolutiva que nos conduce a la empatía y la compasión. Pero los hechos parecen resistirse a confirmar esa hipótesis: los hombres no son hoy más compasivos que hace miles de años. ¿Y qué decir de los animales? El mismo chimpancé que se frota cariñosamente las mejillas con su semejante, es capaz de perseguir y dar muerte a otro mono para devorarlo, ignorante de que somos todos “primos hermanos”. Por eso, en la argumentación de los animalistas se repite la falacia que Hume encontró en las éticas metafísicas: eres X; luego compórtate como X. El hombre es compasivo; luego ¡que se comporte como tal! Bucean entre libros divulgativos y documentales científicos en busca de hechos que confirmen nuestra cercanía con los animales o las bases biológicas de nuestras capacidades empáticas. Y cuando los encuentran, exclaman alrededor: “¿Por qué no os comportáis como lo que sois?”. ¿Por qué el hombre se empeña en no comportarse conforme a lo que verdaderamente es? Tal es la vieja pregunta de la moral y de la metafísica, construida sobre el falso trasmundo de que existe algo así como "lo que el hombre verdaderamente es", actualizado convenientemente con la creencia pseudocientífica de que ese algo ha de estar inscrito en el código genético.

La relación del hombre con la naturaleza está agrietada. Tal es la fractura y el precio que supone la condición autoconsciente: una permanente sensación de lejanía con respecto a la inmediatez de la vida animal. Por eso tiene necesidad de preguntarse: "¿debería dejar de comer animales?", "¿debería dotarlos de derechos?", "¿debería...?". Hay una distancia entre nosotros y nuestros actos: no nos comportarnos efectivamente como aquello que somos porque, en verdad, no tenemos ni idea de qué somos. De saberlo realmente (es decir, inmediatamente), no habría dudas morales. El que las haya muestra qué profundamente distintos somos de nuestros "primos hermanos", por mucho que, como ellos, nos frotemos las mejillas y lloremos cuando nos duele algo.

Es precisamente aquí donde radica el sentido simbólico de la tauromaquia: el hombre, que vive siempre escindido de la inmediatez de la condición natural, acota un terreno que se constituye como un hueco de naturaleza en la cultura: un resto de aquel lugar del que fue expulsado para adquirir la condición cognoscente y moral. Y en ese terreno juega a que esta expulsión nunca tuvo lugar. Por lo tanto, la plaza de toros es un terreno de naturaleza al que el hombre vuelve: por eso el toro no evita la lucha (como haría un animal maltratado), sino que la busca, tal y como haría en libertad. Con inmediatez. Sin prejuicios ni reflexiones morales. Si puede matar al hombre, lo hará. El mundo humano está lleno de contratos; por eso el hombre siempre añora, a la vez que teme, el paraíso más acá del bien y del mal, donde no hay proyectos éticos, ni normas morales, ni idealizaciones simbólicas.

Lo tragicómico del hecho es que ese deseo de la naturaleza (esa especie de magma primigenio e inconceptualizable que Lacan llama lo real) nunca puede darse libre de lo simbólico. El hombre no puede declinar su vocación cultural: por eso viste de estética su retorno a la naturaleza. Por eso, también, al otro lado de la plaza, quienes defienden a los animales se comportan de un modo tan poco animalesco: mientras defienden nuestra cercanía con los animales, se enredan en innumerables reflexiones -en verdad muy poco naturales- sobre aquello que debemos comer, hacer, legislar, y dramatizan su propia vivencia simbólica teñidos de sangre, desnudos, llorando por el sufrimiento de otras especies. Con ello muestran que el animalismo es simplemente una invención simbólica más, en medio de una historia milenaria de extrañas invenciones antinaturales. Y es que los hombres se empeñan en no comportarse como lo que son: ni cuando intentan ser hombres, ni cuando intentan creer que son solamente animales.

jueves, 11 de noviembre de 2010

El Sáhara Occidental

Uno entiende que la política exterior de un país tiene que atender a argumentos pragmáticos, y no sólo a grandes principios morales. Sin embargo, la coherencia histórica y la sabia elección de los aliados combina ambas exigencias y vuelve incomprensible el hecho de que un país, responsable de la mala descolonización del Sáhara, aborde lo que está ocurriendo allí con esa moral congelada que hay en todo lenguaje que evita la palabra "condena" ante lo que a todas luces es una injusticia y una canallada, arrugado ante las posibles represalias del régimen marroquí, ese sultanato que chantajea en la cuestión migratoria y pesquera para conseguir de España esta penosa mansedumbre. Cuando uno lee la prensa internacional, da pena comprobar qué poco importa ya España en este asunto, uno de los pocos donde aún podía tener una voz coherente. Una pena más en este país de pena.

martes, 9 de noviembre de 2010

Savater y el laicismo

Esta es -espero- la última entrada que dedico a este desagradable asunto. Pero no quería dejar de comentar hasta dónde puede llegar esta espiral anticlerical, capaz de arrastrar a una mente democrática, y a veces lúcida, como la de Savater, a decir la siguiente barbaridad:

"El Vaticano es una especie de Arabia Saudí pero decorada por Miguel Ángel y Rafael, lo cual es una gran mejoría estética, aunque en cambio representa poco avance político” (El País, "¿Hasta cuándo?", 09/11/2010).

Por muy lamentables que nos puedan parecer ciertas actitudes de la jerarquía eclesiástica y por muy equivocados que, a mi juicio, puedan estar ciertas enseñanzas en materia de doctrina sexual y social, comparar el Vaticano, con sus soldaditos suizos para que se fotografíen los turistas, con una execrable dictadura que bendice matrimonios de hombres con niñas, que lapida a adolescentes cuyo delito es haber sido violadas, que amputa miembros del cuerpo de los reos, y que quiere condenar a un hombre que dejó paralítico a otro cortándole la columna vertebral, sólo puede hacerse desde la ceguera intelectual, la mala fe, o ambas cosas. La vocación moral de la filosofía es situarse del lado de los excluidos, mostrando la violencia que se esconde debajo de toda forma de estigmatización. En este caso, como en tantos otros, la demonización de la víctima es siempre el primer paso, la máscara que debe ocultar su estigma.

Adivinanza para laicistas pacíficos

¿Cuánto tiempo ha pasado entre este recorte de periódico y las imágenes que aparecen abajo?




domingo, 7 de noviembre de 2010

Resumen del fin de semana

El sábado comienza cubierto de niebla en T. Pero conforme avanzan la mañana y el autobús, clarea. Ya en Madrid hace un sol radiante. El saxofonista de Miguel Ríos toca, para presentarse, unas pocas notas del Himno Nacional: se hace el silencio en el auditorio. Para romper la tensión, Ríos bromea: "aunque no lo parezca, es republicano". Entonces la gente ríe, aliviada. Pienso en lo patético que resulta este país. El domingo, leo la prensa: según El Mundo, las plazas del centro de Santiago se llenaron; pero según El País, estaban casi vacías. Así que ni frío ni calor: cero grados. Paso la página: Felipe González lleva veinte años haciendo examen de conciencia. Es lo que tiene perder la fe pero no la conciencia: uno sigue confesándose pero nunca obtiene la absolución. Un tal Juan G. Bedoya escribe un artículo muy enfadado con Ratzinger porque éste se quejaba del "laicismo agresivo" que hay en España, y para mostrar que no es así, habla de la connivencia católica con Franco, se queja del gasto que genera la visita, asegura que el actual gobierno ha tratado a la Iglesia mejor que cualquier otro gobierno anterior, y termina llamándolo "ignorante", "irresponsable" y "execrable". De fondo (en Barcelona), suenan las letrillas populares que corean una pandilla de amantes de la libertad: "Esta catedral la vamos a quemar". De regreso a T., recuerdo con cariño este fin de semana en esa ciudad frenética: la música, la noche madrileña, el paisaje por la ventana del autobús. Al fin y al cabo, cuando se cierra el periódico y se apaga la tele, todo vuelve a ser más tranquilo, hermoso y apacible.

martes, 26 de octubre de 2010

Resumen de la semana

Voy a sacar dinero de un cajero: introduzco la tarjeta, el código, marco "sacar dinero", cojo la tarjeta y me voy. "¿Dónde he puesto los cien euros...?" -me pregunto, en la cola de Caja Castilla La Mancha, veinte minutos después. Me consuela la imagen de Tales, cayéndose en un pozo. En mi airada sensación de idiotez, me siento brevemente sabio. Por la noche, Antena 3 versiona la lucha de Viriato con el poder de Roma de este modo: un pastorcico lusitano, que habla como un chulapo madrileño, intenta rescatar del campamento de Astérix a una Ana de Armas con un pelo Pantene que ya quisiera la mujer del César, y a la que los romanos castigan echándole agua -pobrecita- con la fortuita consecuencia de que se le transparentan las tetas, también típicamente lusitanas. Tres días seguidos de exámenes de 2º de Bachillerato: desde la mesa del salón me observa, implacable, una pila de exámenes. Se abre el telediario con la siguiente noticia: el pulpo Paul ha muerto. Y la noticia del día anterior: en los móviles hay más gérmenes que en los vestuarios de un gimnasio. Por un momento, pienso que no sé qué cosa llamada Wikileaks dejó caer por ahí que nos hemos cargado más de 70000 civiles en una guerra absurda que nadie entiende. Pero yo miro mi móvil y pienso en el pulpo Paul. La semana se acaba: llega el puente. Tengo que traducir, corregir, sacar tiempo para descansar un poco. Puedo permitírmelo, mientras el presidente de Mango no llegue a ministro.

lunes, 25 de octubre de 2010

Algo inquietante está siendo ocultado

El último ha sido un fin de semana de mucho trabajo, así que el ocio se ha reducido casi exclusivamente a un paseo por el videoclub. La película elegida, en esta ocasión, ha sido Moon. Es curioso comprobar cómo el cine sigue siendo capaz de nutrirse de la vieja e inquietante idea cartesiana del genio maligno: cada circunstancia puede revelarse repentinamente como una farsa, cada mundo puede ser un teatro. Recuerdo que Boris Groys señaló en cierta ocasión que el espectador de los años veinte y treinta se cansó de la exposición del procedimiento artístico propio de la vanguardia y lo que quiso es precisamente su ocultación. Desde entonces, este deseo de ocultación perdura en la sensibilidad estética de nuestros días: el cine y la publicidad viven de él. Algo inquietante está siendo ocultado bajo la superficie simbólica del mundo, algo que debe ser tapado hasta el final para mantener la tensión de la sospecha, que es el origen de la metafísica y de la fruición artística. Este fenómeno estético es posiblemente uno de los signos más determinantes del fin de la modernidad: la clausura de una cosmovisión según la cual todo ha de ser finalmente transparente a la conciencia. La conciencia es, antes bien, el escenario del engaño, de la duda y de la sospecha. De ese modo, supone, inversamente, el triunfo de un cierto escepticismo romántico: la conciencia es el fenómeno de un proceso abismático que siempre la supera.

sábado, 16 de octubre de 2010

La inmortalidad como ideología

Hace un par de días pusieron en La 2 un interesante programa en el que se entrevistaba a varios científicos que trabajan en el problema del envejecimiento. La idea es que la vejez no debe ser considerada un proceso natural inevitable, sino que puede y debe ser tratada como una enfermedad más: un deterioro orgánico cuyas causas pueden ser estudiadas, y sus consecuencias, revertidas. Destaca, sobre todo, el famoso Aubrey de Grey, con sus trabajos sobre "senescencia negligible ingenierizada" para rejuvenecer el cuerpo humano y conseguir un tiempo de vida indefinido. No pretendo entrar ahora en las consecuencias de esta posibilidad: cómo afectaría a la procreación, a los sistemas de división del trabajo, por no hablar de la enorme carga moral que supondría que el hombre tuviera que decidir su propia muerte. No quería hablar de todo eso, como digo. Tan sólo pretendo anotar cómo, una vez más, se perpetúan discursos que no hacen más que rediseñar -con el más sutil de los maquillajes: el de la ciencia- los viejos trasmundos de la metafísica: una nueva vuelta de tuerca a la incapacidad humana (occidental, al menos) de aceptar la finitud y a su vicio de postergar la felicidad a un mañana incierto. Como al Fausto de Goethe, el demonio promete belleza y felicidad al hombre moderno. Promete, pero nunca da. Mientras, esa promesa sirve como opiáceo para olvidar que las condiciones de vida material en el planeta empeoran. (En este sentido, es curioso constatar cómo las nuevas utopías relegan a un segundo plano la vieja cuestión social -que sí aparece aún en Campanella, o en un cientifista mesiánico como Bacon- para pronunciarse sólo sobre las mejoras científico-tecnológicas, sin responder a la cuestión de quiénes tendrán acceso a esas mejoras). Y, lo que es más importante, esa promesa sirve para olvidar también que el hombre occidental ya no concibe su propia felicidad como un estado corporal presente, sino que la sublima como un multiverso virtual. El resultado es la ansiedad del perpetuo consumidor: el trabajador que toma bayas del Goji con zumo de arándanos antes de acostarse y que, tras escuchar hablar a los biólogos sobre la senescencia, se duerme soñando con que mañana -siempre mañana- le espera la vida eterna.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Violencia contra los niños

En este preciso instante mi vecina está gritando a su hija. Casi todos los días la insulta y, cuando no lo hace directamente, acompaña sus amonestaciones con espantosas expresiones de cólera y de rabia. Cuando vivía en mi anterior casa, vi una escena terrible: mi vecina llamaba a su propio hijo, que acababa de derramar no sé qué cosa en el garaje, “cabrón, hijo de puta”. El niño estaba frente a ella, inmóvil, con la cabeza agachada mirando al suelo. Recuerdo que sentí una enorme tristeza y un enorme asco. Y recuerdo también que mi cuñada me contó, en cierta ocasión en que paseaba con mi sobrina por el parque, cómo un hombre se refería a sus propias hijas, unas gemelas preciosas, como “este par de perras”.

Sin llegar a la agresión física, estas tres escenas resumen la ubicuidad del maltrato infantil y de la violencia mecanizada de nuestra sociedad. Los seres más indefensos de la comunidad humana –justo aquellos a los que deberíamos enseñar a crecer desde la fragilidad y el miedo hacia la confianza, el respeto y la dignidad–son permanentemente vejados y humillados, y convertidos en el vertedero de nuestras frustraciones, de nuestra ira y de una violencia que, a su vez, hemos aprendido. La violencia se convierte, así, en un patrón de conducta adquirido, que, al no poder ser satisfecho en la vida social, es interiorizado patológicamente en multitud de trastornos, o exteriorizado en forma de nuevos maltratos a las generaciones siguientes. La violencia es omnipresente en una sociedad hipócrita que ha hecho de ésta un tabú para sus fines ideológicos, pero a la que hace espacio cada día, en la intimidad de los hogares, convertidos en auténticos bastiones de la impunidad, y que se perpetúa como un cáncer, bajo la mirada indiferente de todos.

domingo, 3 de octubre de 2010

Diálogos platónicos en T.

Me dirijo a una conocida sala de T., el lugar de La Mancha donde vivo, a escuchar un concierto de rock. Tocan Las aspiradoras, una banda compuesta por músicos de Daimiel y de Toledo, y The Satelliters, un grupo alemán de "garage rock" que empezó a tocar a principios de los noventa. Es la primera vez que puedo asistir a un concierto en esta legendaria sala, así que, con la emoción, llego media hora antes. En la puerta del local me encuentro un tipo con pinta de rebelde noventero. Lleva chaqueta de cuero y tiene cara de dar positivo en casi cualquier control de casi cualquier cosa. Le pregunto cuándo se abre la sala, nos presentamos, y comienza el siguiente diálogo:
-Soy Chucho.
-Yo, Alejandro.
Mientras digo mi nombre, caigo en que "Chucho" no es un mote, ni un nombre propio, sino el nombre que reciben aquellos daimieleños que dependen de la parroquia de Santa María (frente a los "Borregos", que son los daimieleños que dependen de la parroquia de San Pedro). Entonces, como me puede el deseo de no ser descortés, le digo: "Ah, de Daimiel. Yo trabajo allí de profesor".
El tipo se muestra sorprendido y trata de explicarme dónde vive. Pero no lo consigue. Empieza a enumerar caóticamente lugares y calles de Ciudad Real, Manzanares, y otras cuantas ciudades manchegas, hasta que desiste:
-"¿Y de qué eres profesor?"
Dudo si debo responderle o no. Pero, como no aprendo, me animo:
-"De filosofía".
-"¡Hostia! ¿Y cuál es el filósofo que más te gusta?".
Vuelvo a dudar, pero esta vez la duda viene con cierta ansiedad.
-"Kant" -titubeo.
-"¡Hostia! ¡¡Un chinaco!! ¿Y no te gusta más... Gasset?
Noto que la ansiedad empieza a convertirse en un auténtico malestar físico. Quiero terminar cuanto antes esta conversación. Pero el tipo continúa:
-"Dime una frase de Kant".
Ahora sí que me encuentro mal. Intento evitarlo, miro hacia el interior de la sala y expreso mi intención de tomarme una cerveza. Tengo la esperanza de que, como está drogado, se le olvide la pregunta. Pero no, insiste:
-"Pero dime una frase o algo del Kant ese"
Así que cedo. Pienso en algo sencillo:
-"Te voy a decir lo que pone en su epitafio: dos cosas me llenan de admiración: el cielo estrellado sobre mí, y la ley moral dentro de mí.
Como veo que no reacciona, añado:
-"¿Qué me dices?."
-"¿Qué te voy a decir, macho? Lo has dicho tú tó".

sábado, 2 de octubre de 2010

Cristianismo y nazismo (y, de paso, otros ismos)

El estupendo blog Pensamiento del vacío nos propone una genealogía cristiana del nacionalsocialismo. La serie de entradas que Anti-Pensador dedica al tema están bien argumentadas y documentadas. Me interesa especialmente el énfasis que pone en el tema de la educación violenta de los niños, al hilo de la película La cinta blanca, inquietante asunto al que se ha dedicado la famosa Alice Miller. Sin embargo, para ser justos analizando este tema, además de leer la tediosa literatura epilogal de la propaganda comunista de los sesenta, no estaría de más tener en cuenta también lo que dicen en sus cartas los prisioneros demócratas franceses, belgas e ingleses encarcelados por los nazis: también ellos creían tener a Dios y a Cristo de su lado, lo que no convierte al cristianismo en el origen de la democracia. Estaría igualmente bien releer los testimonios sobre Josef Müller, católico activo en la resistencia antinazi y contacto con el Vaticano; lo que dicen del papel de la Iglesia en los años del nazismo gente como Isaac Herzog, Leo Kukowitzki, o el propio Einstein, no sospechosos precisamente de catolicismo. Tampoco está de más repasar las indicaciones contenidas en la Encíclica Mit brennender Sorge acerca del pecado de idolatrar la raza, el Estado o las autoridades públicas, leída en el 37 en todas las iglesias católicas alemanas. Plantearse también por qué el Programa del Partido Nazi defiende explícitamente la libertad religiosa, y señala claramente el problema judío como una cuestión exclusivamente racial, desvinculada de toda connotación religiosa. No está de más tampoco pensar en la condena vaticana a la invasión de Polonia, así como en las ejecuciones de clérigos por parte del gobierno nazi (desde el gran Bonhoeffer al famoso y beatificado obispo de Münster Clemens August Graf von Galen). Por último, sería bueno plantearse por qué países protestantes y católicos (como Reino Unido y Polonia) no produjeron un movimiento nacionalsocialista. Y, sobre todo: por qué movimientos de masas autoritarios y genocidas como el comunismo bolchevique o el imperialismo nipón, que responden a las mismas características de sadismo, exterminio, autoritarismo, obediencia ciega, etc., no responden sin embargo a ninguna de esas supuestas fuentes cristianas que con tanta facilidad se ponen sobre la mesa para explicar la génesis del nazismo. Sospecho que cuando uno tiene una teoría que demoniza las propias obsesiones personales, los hechos acaban volviéndose sorprendentemente selectivos.

viernes, 1 de octubre de 2010

El irresistible encanto de la revolución

La huelga ha servido, al menos, para una cosa: hemos podido constatar la calaña de quienes pretenden erigirse en contrapeso al modelo económico y social vigente. En Sevilla, el responsable de Economía y Empleo del Ayuntamiento manifiesta ante las cámaras, con acento de paleto e ideas de paleto, estar orgulloso de participar en un piquete violento, y de paso, aprovecha para culpar a la policía de la "provocación". Mientras, en Barcelona, una panda de niños de papá se lo pasa en grande luchando contra el sistema y, de paso, llevándose unas cuantas chupas guapas del Zara. En Madrid, los huelguistas gritan: "¡Policía, asesina! ¡Policía, asesina!". Un observador imparcial se sentiría horrorizado y buscaría ansioso los cadáveres que han dejado a su paso los antidisturbios. Pero mostraría no entender nada de la metafísica revolucionaria: no es el lenguaje el que debe adaptarse a la realidad, sino al revés. No se trata de hechos, sino de algo mucho más real: se trata de ideas. Todos los poderes de la vieja Europa (recuerdan el manifiesto de Marx, ¿verdad?), esto es, el Papa y el Zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los espías alemanes, se han unido en Santa Alianza: no importa que esa vieja Europa ya no exista. El enemigo de la revolución está siempre ahí: es el orden presente. Es la naturaleza fáctica de las cosas. Es la estabilidad de lo real. Encuentra una satisfacción morbosa en la agitación, y sobre todo en la destrucción de un chivo expiatorio hecho a medida. Se trata, por tanto, de una forma colectiva de neurosis, basada en el odio a lo real y en la negativa a aceptar su primacía. Pero si las revoluciones clásicas (la bolchevique incluida, por supuesto) estaban cargadas de positividad y de proyectos, nuestros revolucionarios no tienen nada que oponer a lo real. Frente a la destrucción creadora de los genios, la destrucción resentida de la plebe. La exaltación de lo otro, de la pura posibilidad desencarnada. En cierto sentido, nada hay tan postmoderno y tan sistemático como estos revolucionarios nuestros: se tira piedras contra la policía como se asiste a un partido de fútbol o se reservan una vacaciones en Tailandia. La vida es una multiforme aventura sensorial: ¿acaso no es emocionante formar parte de los oprimidos de la tierra, al menos por un día, y sentir arder en el pecho el celo de la justicia? Cuando la aventura termina, la pantalla queda oscura: volvemos a nuestras vidas rutinarias, sistemáticas: los niñitos, a pintar grafitis; los liberados, a tomar café. El Caos era sólo una ilusión más, en medio de anuncios de cosméticos y noticias sobre la vida sexual de los murciélagos.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Prácticamente pequeñitos

Quería yo escribir otra monserga más de las que me gustan sobre la dejadez, mediocridad, pereza, infantilismo, aturdimiento intelectual y físico de los jóvenes (y no tan jóvenes) de nuestro país. Pero me encuentro con este artículo del genial García-Máiquez, que no tiene nada de monserga y sí mucho de lo que hubiera gustado decir:

http://www.diariodesevilla.es/article/opinion/800110/generacion/niniyni.html

sábado, 18 de septiembre de 2010

Cosas que ocurren en el pasado

De un modo menos cursi, muchos escritores han dicho que amar es desear la permanencia de lo amado. Sin embargo, hay cosas amadas cuya extinción es precisamente lo que las hace amables. Quizá "extinción" sea una palabra demasiado dura: más bien es un pacífico quedarse atrás. Me ocurre con series míticas de la infancia, cuya imagen se resquebrajó definitivamente ante mí el día en que cometí el error de traerlas al presente: los Caballeros del Zodiaco sólo son épicos y sublimes en el pasado. Pero también la chica del pupitre de al lado, que hoy es sólo una señora más que pasa a lo lejos; el olivar donde las largas horas de los juegos infantiles, que hoy es sólo un descampado aburrido y yermo, en el que no sabría qué demonios hacer; ¿y qué decir de Axl Rose, aquel rebelde descamisado que cantaba cosas como "I'm a cold heartbreaker fit to burn...", y que ahora reaparece como un señor gordo y enganchado al botox? Hay cosas que, como la lluvia de Borges, están hechas para suceder en el pasado, y mezclarse allí todas, y permanecer dormitando, como los monstruos de Alcmán, en el seno de un hervoroso mar.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Violencia en las aulas

Hoy he hecho un paréntesis en mi vida de profesor -que, como todo el mundo sabe, tiende a la vagancia, la dejadez y la desinformación- y me he puesto a curiosear lo que ofrece la red sobre educación, estrategias en el aula, recursos pedadógicos, etc. Dejo para otro día una reflexión más extensa sobre los que enseñan a enseñar. De momento os dejo esta perla acerca de cómo debe afrontar un profesor el ataque de un chavalín, perla que selecciono entre muchas otras del fondo de un auténtico mar de sabiduría. Señalo en negrita mis frases preferidas. Ahí va:

"Lo primero es crear un espacio físico entre el alumno y el profesor, basta con echarse un paso atrás. En caso de un segundo puñetazo el profesor debe defenderse sin pegar al niño (evitar los golpes, inmovilizarle sin agredirle), inmediatamente se le dice que si puede refrenar sus impulsos, los dos podrán explicarse con tranquilidad. De esta forma se dará cuenta que la interrupción del ataque llevará consigo una recompensa inmediata (la posibilidad de decir algo) y no un fuerte castigo inmediato. Una vez que el alumno se haya calmado el profesor tratará el tema con perfecta objetividad, sin dar muestras de enfado o de sentirse ofendido".

(http://www.quadernsdigitals.net/datos_web/biblioteca/l_1343/enLinea/8.htm)

viernes, 10 de septiembre de 2010

Quemar el Corán

Ridiculizar o destruir símbolos religiosos no puede estar amparado bajo el derecho a la libertad de expresión. Las doctrinas religiosas o los actos de quienes administran una determinada fe están expuestas a la opinión, el análisis, el juicio de la comunidad humana, y no pueden blindarse al dictamen de la ética colectiva. Sin embargo, los símbolos no son ideas, ni doctrinas, ni acciones. En La interpretación de las culturas decía Geertz que "lo que un pueblo valora y lo que teme y odia están pintados en su cosmovisión, simbolizados en su religión y expresados en todo el estilo de vida de ese pueblo". Destruir un símbolo religioso no es el modo de discutir la moral sexual católica, la política del gobierno israelí o el terrorismo yihadista. Sea cual sea su fin, la destrucción de los símbolos religiosos sólo consigue desatar ese thymos tan bien descrito por Sloterdijk, a propósito del Aquiles homérico, como el órgano que designa "la cocina pasional del orgulloso yo-mismo al mismo tiempo que el sentido receptivo por el cual las llamadas de los dioses se manifiestan a los hombres" (Ira y tiempo), y que se encuentra en ese lugar del espíritu donde se amontonan cuestiones esenciales como el honor, la identidad personal, el respeto a aquello que es justamente sagrado por ser fuente de la vida y garantía de la justicia. Como decía Weber, "una nación puede perdonar la lesión a sus intereses; pero nunca el que se hace en contra de su honor, y menos aún el que se infiere con el clerical vicio de empeñarse en tener siempre la razón". Sé lo que dicen muchos conservadores europeos: si los objetos quemados fuesen Biblias y los promotores de la ocurrencia, un grupo de librepensadores en autobús, las consecuencias no serían tan dramáticas. Pero eso sólo es un hecho que apunta a la intensidad de lo sagrado en el Occidente cristiano. Aquí, lo que nos tiene que hacer pensar en este caso es: por qué la ocurrencia sacrílega de un cateto tarado en una minúscula iglesia de Florida hace temblar al mundo entero.

jueves, 9 de septiembre de 2010

Olvidarse de Kant

La filosofía es una disciplina en permanente autocuestionamiento. Por eso es, y ha sido siempre, exasperante para muchos. Ya a Erasmo de Rotterdam los filósofos le parecían "odiosos. Y eso no es de extrañar, dada una diferencia tan grande entre vida y pensamiento. Pues, ¿qué cosa se realiza entre los mortales que no esté llena de estulticia, y hecha para estúpidos?”. Sin embargo, un par de cosas ha descubierto la larga marcha del pensamiento filosófico, y ha servido para, al menos, poner sobre la mesa la ingenuidad de muchos de nuestros presupuestos y la arbitrariedad de innumerables juicios. Kant, por ejemplo, mostró que las estructuras de nuestro entendimiento son el marco de aquello que llamamos "realidad", que nuestra mente está hecha de una determinada forma para comprender e interpretar los fenómenos que nos aparecen, también condicionados por la forma de nuestra sensibilidad. De ahí que aplicar las categorías del entendimiento a algo que, por su propia definición, no puede ser objeto de nuestros sentidos, no es más que un error, una ilusión, y la fuente de todos los dogmatismos. Esto olvidan, sin embargo, aquellos que, como parece sugerir Hawking y como hace incesantemente Dawkins, hacen juicios sobre la existencia de Dios, o como Francis S. Collins, que, investigando la estructura del ADN, creía ver allí "el lenguaje de Dios". Olvidando ambos que conceptos como "existencia", "causa", son meras categorías del entendimiento, y que otros como "Dios", o "Mundo", no son más que "ideas" de la razón; esto es, expresiones de la tendencia de la razón hacia lo incondicionado, pero no conceptos que encierren una pluralidad de objetos. Olvidarse de Kant es, en este como en otros casos, una vuelta al dogmatismo y a las especulaciones ociosas. Espero que les sirva, al menos, para vender muchos libros.

viernes, 3 de septiembre de 2010

Animalismo y antropofobia

En la entrada de un blog que habla sobre la figura del torero, leo este comentario:

"maldita sea por q no mataron al torero para q el toro gritara ole ole ole ole ole ole buey por q maltratan a los toros en publico estabien q no ablen pero no le agan semejante babosada creen q es bonito sacrificar a un toro simplemente por divercion por dinero q ipocritas son me cay de madres q se ve mejor a un carnicero q un pinche marica de torero q simplemente tiene agas para enfrentar a un pobre animal. a todos los toreros del mundo les deseo la muerte y ojala mueran en los cuernios de un toro para q les griten ole ole ole ole ole ole y un saludo desde lo eterno".

Si uno consigue soportar la catástrofe sintáctica y ortográfica, y va al fondo del comentario, percibe fácilmente qué hay detrás del animalismo: odio contra el ser humano. No es el único comentario que leo o escucho en ese sentido. Por lo demás, en otras ocasiones he preguntado a miembros de asociaciones animalistas por qué no dedican ese tiempo libre a ayudar a familias desfavorecidas o visitar a niños con cáncer. La razón es obvia: en una cosmovisión sentimentalista alimentada por Disney, los perros dan más pena que los gitanos, y las focas despiertan más compasión que los esquimales. Los hombres son malos y mezquinos: los animales, inocentes. Pero esa inocencia animal no es un más allá del bien y del mal, sino siempre un paroxismo del bien: bien y belleza en forma inmaculada. Una imagen de los mitos occidentales de la inocencia y la redención, hipostasiada allí donde no se ven perturbados por el sucio rastro de la condición moral y de la historia. En una sociedad nihilista y autodestructiva, la empatía es sólo el eco, el recuerdo del oso de peluche de una infancia perpetua, y el amor a los animales se convierte, en manos de los militantes del Reino Animal, en la más exquisita flor del jardín de la antropofobia.

jueves, 26 de agosto de 2010

Educación religiosa y pensamiento científico

Encuentro en este blog que Martin Mahner y Mario Bunge, en Is religious education compatible with science education?, sostienen que la educación religiosa es un obstáculo para el desarrollo de una mentalidad científica. Eso mismo piensan Dawkins y sus amigos, al menos cuando se reúnen en Cónclave para decirse los unos a los otros qué de acuerdo están consigo mismos. Antes de pasar a decir por qué me opongo a esta ecuación simplista, tengo que reconocer que comprendo hasta cierto punto las reticencias de estos autores, ligadas a la experiencia norteamericana con respecto a temas como el diseño inteligente y la teoría de la evolución. Ello no les exime, sin embargo, de una mayor exigencia de rigor.

Bien: lo fácil sería sacar la interminable lista de nombres que, educados religiosamente, han contribuido de manera fundamental a la ciencia: empezar recordando que Kepler buscaba en el Sol una imagen de Cristo para colocarla en medio del Universo, y terminar advirtiendo que Francis S. Collins no ha parado de profesar su fe cristiana mientras decodificaba el genoma humano, mientras era sometido a una campaña de persecución por parte del ateísmo inquisitorial (véase lo que dice Steven Pinker sobre Collins). Al fin y al cabo, la tesis "toda educación religiosa perjudica a la ciencia" se refuta mostrando grandes científicos educados religiosamente. Pero incluso más allá de esto: recordar que grandes científicos hoy ateos, fueron educados en una cosmovisión religiosa, y que ésta no fue un obstáculo ni para que terminaran volviéndose ateos ni trabajando como científicos. En todo caso, lo interesante sería probar que la mentalidad científica no sólo no se ha desarrollado a pesar de dicha educación, sino en buena medida favorecida por ella. Voy a dar algunas razones de por qué creo que la educación religiosa favorece el pensamiento crítico y científico.

1. La religión (cristiana, pero no sólo) induce al hombre a pensar que la realidad es producto de una inteligencia, y en esa misma medida, legible: inteligible. Todo lo contrario que el escepticismo de matriz pagana (desde Sexto Empírico hasta William James) que, al considerar que la realidad no es fruto de un logos, la tenía por indescifrable.

2. La religión (cristiana, pero no sólo) conlleva siempre una ética que va más allá del conjunto de normas y preceptos que pueda contener. En efecto, las religiones conforman una actitud frente a la propia vida, que en el caso que nos ocupa se ha manifestado históricamente como responsabilidad individual, valor del esfuerzo y del trabajo, exaltación de la inteligencia.

3. La religión (cristiana, pero no sólo) se constituye sobre una fuerte autoconciencia anti-idolátrica y anti-animista. Esto quiere decir que el mundo es un producto divino, pero no un recinto de poderes mágicos dispersos. El mundo es estable y predecible. Es verdad que, excepcionalmente, Dios puede alterar el curso previsible de los fenómenos. Pero ese momento, justamente excepcional y revelador, no altera la verdad de que las cosas no actúan por sí mismas, como si un espíritu arbitrario las guiase. El mundo fue hecho para ser nombrado (es decir, conocido) por el hombre.

4. La religión (cristiana, pero no sólo) enseña que la razón humana es finita, pero sin definir los límites de su finitud. Con esto, da un fundamento moral a la tarea infinita de la ciencia. Pues, siendo conscientes de que la realidad, en su dimensión última, siempre se escapa a nuestro entendimiento, recuerda al pensamiento que su tarea está siempre incompleta y siempre pendiente de una revisión ulterior.

5. El pensamiento crítico parte de la idea de que la tarea de la razón consiste en impugnar toda pretensión de "absolutez" en el mundo. No hay conocimiento, ni institución, ni costumbre que pueda pretender con derecho erigirse a sí mismo en una suerte de absoluto en la tierra. Si, como dice Novalis, "todo lo absoluto debe ser ostraciado del mundo", ello sólo ha sido pensado sobre la impugnación judeocristiana de una mentalidad que confería carácter absoluto a reyes, templos y astros.

domingo, 22 de agosto de 2010

Kant y mi sobrina

Carmen ha descubierto un nuevo juego: se puede preguntar el porqué de cada cosa. Así que ahí anda, escudriñando sus reglas. Da la impresión de que estuviera intentando averiguar hasta dónde se puede llegar, cuándo acaba el juego. Pero ya intuye que el juego no acaba nunca: es el juego infinito de la causalidad. Cree incluso que todo tiene un porqué. "No vine ayer porque fui al médico" -le digo. "¿E po´ qué?". "Porque estaba malito". "¿E po´ qué?". No se equivoca: hasta los microbios tienen sus motivos. Pero remontarnos a las primeras causas es complicado, sobre todo en un lenguaje tan limitado en vocabulario. Así que, al final, siempre soy yo el que termina cambiando de tema y obviando la pregunta. "Vaya filósofo" -se diría la pobre, si supiera...

Obviamente, Carmen no entiende casi nada de lo que le digo, pero sabe que cada hecho remite a un hecho anterior, y que hay una conexión sorprendente entre todos los objetos del mundo. Ver cómo mi sobrina juega el juego de la causalidad me hace pensar en Kant y en que tal vez sería posible una relectura de la filosofía trascendental desde la psicología evolutiva. Es decir, preguntándose cómo se forma la mente del hombre, histórica y biográficamente, para interpretar el mundo en términos de causa-efecto.

Que somos incapaces de ir más allá de nuestros esquemas mentales basados en el presupuesto de la causalidad lo prueba el hecho de que, cuando nos preguntamos por el origen absoluto del mundo, cualquier posible respuesta resulta incomprensible. Que no haya causa es tan incomprensible como que haya una causa última o una cadena infinita de causas. Y cada vez que la ciencia se aventura más allá del ámbito de lo perceptible, la causalidad empieza a hacerse borrosa, inestable, frágil. Así que la infinita concatenación de los efectos y las causas que maravillaba a Spinoza y a Borges posiblemente sea poco más que el juego creado por una mente demasiado joven, no preparada del todo para un universo demasiado viejo. Al menos desde el punto de vista -¿inexistente?- de aquello en que consiste verdaderamente el mundo.

sábado, 14 de agosto de 2010

El círculo de la fe postmoderna

La postmodernidad es, en muchos sentidos, hija de la modernidad. La herencia que recibe es, al menos, altamente moderna: la sospecha universal... [Más, en la taberna.]

miércoles, 28 de julio de 2010

El malestar, la culpa y el estigma

Desde la cueva paleolítica al apartamento neoyorquino, el hombre ha sido fundamentalmente infeliz. Sin duda ha tenido algunos momentos de gloria y muchos ratos de satisfacción personal, pero nunca ha podido evitar pensar, en el fondo de su corazón, que "las cosas deberían ser de otra manera". Hacer creer a los hombres que toda su infelicidad es natural (esto es, dependiente de un orden inmutable establecido por el universo, los dioses o la estirpe) ha sido, desde siempre, el recurso psicopolítico preferido por quienes ejercían la dominación. Por el contrario, todas las épocas revolucionarias comienzan cuando, en primer lugar, se convence a la gente de que al menos una buena parte de su infelicidad es artificial, y de que, en segundo lugar, esta infelicidad puede ser políticamente subvertida y transformada en libertad y bienestar. Lo primero es cierto sólo parcialmente; lo segundo conduce siempre a la creación de un chivo expiatorio en el que se concentran todas las energías timóticas y toda la furia resentida de un pueblo. Pues si mi infelicidad no es natural, entonces tiene un causante, y si tiene un causante que no es la naturaleza, entonces tiene un culpable. Se llega, en un solo salto, de la metafísica al derecho penal, de la crítica al holocausto. Desde ese momento, la instancia simbólica creada como objeto de purgación histórica ha sido el becerro de oro de todas las pequeñas políticas llevadas a cabo por oportunistas sin escrúpulos que buscaban hacerse con el beneplácito del pueblo, orientando su ira hacia minorías, grupos sociales, activistas de distintas causas, símbolos de todo tipo. Toda sociedad crea sus estigmas y su nivel de evolución se mide a menudo menos por la materia de sus leyes que por la intensidad con que produce y persigue estigmatizados. La noble causa de la razón es siempre desenmascarar la arbitrariedad de dicha condición estigmatizada, hasta volverla vergonzosa: poner en palabras la dignidad de aquellos que son convertidos en objeto de desprecio para complacer el falso sentimiento de justicia de quienes los persiguen. Cantar la Marsellesa cuando suena el Horst Wessel Lied es, sin duda, un triunfo de la dignidad. Pero también en ocasiones menos sublimes y cuando nuestra autoconciencia de rectitud nos empuja a perseguir a otros a golpe de santa intransigencia, se vuelve imperiosa la necesidad de negar sin estigmatizar. Incluso -por poner un ejemplo cualquiera- frente a quienes defienden la tauromaquia.

miércoles, 14 de julio de 2010

Esbozo de tres reflexiones sobre el Mundial

1. Tras la victoria, se celebran las virtudes ejemplares de los jugadores. De acuerdo. ¿Podemos entonces empezar a valorar en la educación y en el trabajo cosas como el mérito, el esfuerzo, la distinción, la competitividad, la idea misma de “selección”?

2. Los nacionalistas quieren selecciones regionales para obligar a los ciudadanos no nacionalistas de sus comunidades a decidirse entre sus identidades: o eres vasco y vas con la selección de Euskadi o eres español y vas con la selección española. La selección es, para ellos, un gran objetivo en términos simbólicos: establecer lo español como extraño, hacer irreconciliables ambas identidades.

3. El recelo ante los símbolos culturales catalanes o vascos. Ejemplo, ante la señera que llevan Puyol y Xavi. La gente que inconscientemente siente hostilidad ante los símbolos y la lengua de vascos y catalanes… ¿cómo pretenden no fomentar el sentimiento independentista? Para mí, lo mejor de la final fue ver a Puyol, jugador de la selección española, besando la bandera catalana. Si realmente es posible la cohesión entre los pueblos de España, esa bandera es parte de nosotros. Si existe España, si debe seguir existiendo, debemos aprender de una vez a sentirnos orgullosos de las culturas que la forman, a vivir como propios los signos de identidad de nuestras regiones. Si no, no vale la pena.

domingo, 4 de julio de 2010

Lo que la ciencia no explica

¿Por qué es preferible la verdad a la mentira?

martes, 29 de junio de 2010

El triunfo de la voluntad

"No hay tribunal que pueda juzgar nuestros sentimientos y nuestra voluntad" (Montilla, 2010)

Me cuesta imaginar una forma más exacta de definir la esencia ideológica del fascismo...

domingo, 27 de junio de 2010

La ética y los toros

Algunos visitantes de este blog me han pedido, en diferentes ocasiones, que exponga mi opinión sobre la fiesta de los toros. En realidad, si no lo he hecho antes es porque el asunto no me ha merecido nunca el suficiente interés como para tener toda una teoría al respecto, además de que hay mejores cabezas que la mía dedicadas a reflexionar sobre el problema. Jesús Zamora ha dedicado toda una serie de entradas a este problema. Así que resumiré mucho: básicamente creo, con Hume, que los derechos (y las obligaciones) no pueden ser deducidos de ningún hecho. Es decir, que no hay nada en ningún cuerpo, vivo o no, que nos lleve a la conclusión apodíctica de que merezca ser tratado de tal o cual forma. Creo que la ética es, ante todo, un Sprachspiel, que diría Wittgenstein: un juego del lenguaje. Como todas las creaciones culturales humanas, este juego procede de una sofisticada red en la que se mezclan tendencias pulsionales, experiencias biográficas, invenciones simbólicas, tentativas racionalizadoras...

Como todos los juegos, el de la moral tiene algunas reglas. En este caso, la regla fundamental es la reciprocidad. Esta regla no explica sólo el origen de la moral, sino su persistencia: sólo porque los hábitos morales son recíprocos, se mantienen como tales hábitos. Pero la reciprocidad es algo que sólo pueden entender los humanos. O dicho en plata: mientras el toro no sea capaz de interiorizar mi derecho a no ser atacado, estará fuera del juego ético. De ahí que los antitaurinos sean, desde mi punto de vista, los verdaderamente hostiles con los animales: se empeñan en civilizarlos, es decir, en hacerlos partícipes del mundo humano, de nuestros valores, de aquello que a nosotros nos parece cruel y repudiable, en imponerles el modelo de una existencia pacífica que el hombre sólo ha logrado a fuerza de reprimir y encauzar unos instintos que los animales jamás reprimirán ni encauzarán.

Su antropocentrismo es tan enorme que les impide ver y respetar la verdadera libertad y belleza del mundo animal: los animales desconocen el "malestar en la cultura", pues al carecer de una inteligencia suficientemente desarrollada, carecen también de la conciencia de la muerte, y con ello de la sofisticada red de tabúes, ritos, sentimientos de culpa, represiones, que nosotros hemos tenido que inventar (y padecer) para lograr, en una comunidad moral, que sea menos angustiosa la espera de una muerte de la que somos terriblemente conscientes.


Siguiente cuestión: quienes se oponen a los toros no se oponen simplemente a la muerte del animal, ni a su supuesta tortura, sino al hecho de que esa muerte y esa tortura tengan lugar en vano, es decir, que su fin no sea la supervivencia del hombre. De manera que se puede entender el padecimiento de los pollos enjaulados y su posterior decapitación antes de llegar a mi plato aromatizado con limón y romero, pero no el padecimiento del toro para diversión del populacho. Pero ni el pollo es necesario para mi supervivencia, ni nadie dice que la supervivencia sea lo único que justifica el maltrato al animal. Si verdaderamente creyéramos, como afirman los veganos, que todo ser con sistema nervioso o capacidad de sufrimiento tiene derecho a la vida, ¿por qué no cerrar los mataderos y las carnicerías y sustituirlas por plantaciones de soja?
Y una última cuestión (por no extenderme más). El respeto a las reglas del juego moral exige que esas reglas sean reflexionadas racionalmente. La compasión que nos merecen ciertos seres no es ni puede ser nunca criterio suficiente para dirimir cuestiones morales, pues como todo sentimiento, tiene un carácter empírico, y como todo lo empírico, carece de universalidad: desde el monje budista que barre el suelo por el que camina para evitar pisar insectos hasta el soldado de la Wehrmacht que tirotea al niño judío, la especie humana nos muestra toda una gama de afectos inculcados que no pueden tener la última palabra si verdaderamente queremos alcanzar un acuerdo, siquiera mínimo, sobre aquello que merece ser incondicionalmente protegido y aquello que sólo tiene un valor instrumental para el hombre.

jueves, 24 de junio de 2010

¿Para qué sirve la filosofía?

Ayer, de copas por Ciudad Real con unos amigos, vuelve a salir la eterna pregunta: "¿para qué sirve la filosofía?". En esta ocasión, la respuesta venía con la pregunta: "la filosofía no sirve para nada". En realidad, la pregunta es, en sí misma, tan naif, que consigue hacer brillar, en su modesta formulación, la grandeza de lo cuestionado, pues ni siquiera es capaz de dar un paso más allá y plantear: ¿a qué o a quién sirve la filosofía? Pues las cosas no sirven en absoluto. Sirven para algo, o a alguien. Primer punto.

Por lo demás, quienes hacen esa pregunta suelen tener en común varias cosas: en primer lugar, que no esperan una respuesta, y en segundo lugar, que nunca han leído filosofía. Si a mí se me ocurriera decir que Hugh Everett es un charlatán y la astrofísica, un cuento chino, sólo porque no los entiendo, lo normal sería que me tratasen de ignorante o de dogmático. Pero con la filosofía todo el mundo se permite la rebeldía. Lo cual es todo un síntoma y da que pensar. Entre otras cosas, es un signo más de la decadencia democratizante que nos envuelve: la filosofía es vista como una opinión, pero como una opinión que se tiene a sí misma por más profunda, más elevada y más digna. Por consiguiente, ha de ser antidemocrática, y por tanto, despreciable. (Ah, si hubieran leído a Nietzsche... ¡qué conscientes serían del modo en que el resentimiento pervierte el juicio!). Cualquier opinión ha de ser igualmente buena, cualquier pensamiento ha de valer tanto como cualquier otro.

Sin embargo, los que conocemos la filosofía, sabemos que precisamente todo radica en esa diferencia: la que hay entre la pereza intelectual y la pasión filosófica, entre la vulgaridad soñolienta de la opinión y la divinidad guerrera de la filosofía, entre -en fin- la estupidez y la profundidad. Y por eso, como decía Deleuze, el pathos filosófico puede resumirse en vergüenza ante la estupidez. Los filósofos contemplan con asombro cómo se repiten en nuestro tiempo debates conceptuales superados hace siglos en el ámbito de la filosofía. ¡Cuántos innecesarios debates teológicos si nuestros intelectuales leyeran adecuadamente a Kant! ¡Cuántas polémicas éticas resueltas con tal de no haber olvidado la ley de Hume!

La filosofía no sirve en absoluto: sólo sirve a aquella voluntad que busca ir más allá de lo que todos dan por sentado, al verdadero inconformismo intelectual, que no es una etiqueta, sino el deseo de no asumir sin más aquello que el propio tiempo y la propia cultura presentan como indudable, incluido el escepticismo. La filosofía es una opción moral. Su descrédito es sólo un síntoma de la miseria de una época empeñada en destruir todo lo que marque diferencias entre la inteligencia y la estupidez, la nobleza y la vulgaridad, la libertad y la postración.

martes, 22 de junio de 2010

Alianza de Civilizaciones

No existen civilizaciones, sino culturas. Civilización hay una sola, y ha surgido de la cultura occidental: es aquel entramado de valores e instituciones que mejor sirven al fin de la cultura, que no es otro que el triunfo de la libertad sobre la naturaleza. No creo en la Alianza de Civilizaciones por la misma razón que me repugna el pacto entre la Izquierda Abertzale y EA: porque este tipo de acuerdos se realizan siempre a costa de obviar, tapar, olvidar, pasar por alto, las diferencias basadas en concepciones radicalmente opuestas del valor del hombre, su vida y su libertad. Mientras Somalia prohibe afeitarse so pena de torturas o muerte, yo deseo aumentar mi repertorio de productos de belleza masculinos. Y es que lo valioso no se encuentra en aquello que nos une, sino justamente en lo que nos separa. Porque son esas diferencias las que, finalmente, se enfrentan en el terreno de la historia, que es, como decía Hegel, el juicio universal. Y allí debe vencer, una vez más, Occidente. O sea: la civilización.

sábado, 5 de junio de 2010

Un día más

Son las 20:30 en este preciso momento. Acabo de terminar lo que tenía que traducir y que estudiar hoy. Cuando iba escribiendo las últimas palabras, pensé que, para ser feliz, sólo hace falta darle a cada día lo suyo. Hacer lo que toca, sin más. Y, al final del día, tener una terraza desde la que asomarse para ver un sol cansado, adormecido, igual que uno. Y recuerdo, para autoconfirmarme, que Gómez Dávila se quejaba (lástima no tenerlo a mano para citarlo bien) de la falta de sabiduría en el buen vivir que trasluce una sociedad que desprecia la monotonía. Pero esta sensación de felicidad rutinaria dura poco. En seguida mi lado romántico asalta a mi lado reaccionario, y le susurra: "Ahora mismo alguien está saltando en parapente desde una montaña que ni siquiera sabías que existía, y en algún local oscurecido de una ciudad unos músicos tocan una pieza irrepetible, y dos amantes están revolcándose sobre alguna playa, aunque sea en una película...". Y tengo la sensación de que lo verdaderamente importante se escapa en medio de esa lucha: entre la frustración y la alegría, entre la realidad y el deseo.

martes, 25 de mayo de 2010

Reforma educativa y ahorro

Me llega por correo una circular con una serie de propuestas en torno al tema del ahorro en la enseñanza. Salvo algunas matizaciones, nunca he estado tan de acuerdo con una propuesta de este tipo:

1. Nos negarnos a adelantar, como se pretende, el programa de gratuidad de libros (los de años anteriores están en perfecto estado y supone un despilfarro cuya justificación desconocemos .

2. Pedimos la cancelación de compra de ordenadores para los alumnos de primaria (los del año pasado están aún guardados, sin saber qué uso darles).

3. Sugerimos la supresión de becas, ayudas y programas para alumnos de nulo trabajo e inaceptable rendimiento (supone sembrar en asfalto y desmotivar en el esfuerzo).

4. Solicitamos la supresión de los liberados sindicales y de las subvenciones a los sindicatos. Ha quedado demostrado que negociar con ellos es lo mismo que rubricar en papel higiénico.

5. Exigimos que al acuerdo marco firmado por tres años, se le de la misma fuerza de ley que a un convenio colectivo.

6. Solicitamos la supresión de las Unidades de programas, los CEP, y los cursos promovidos por los sindicatos; pedimos que se potencie la formación del profesorado a través de internet y que se valoren los excelentes materiales cedidos de forma gratuita por los auténticos profesionales de la enseñanza y que en nada se parecen a los que nos ofertan.

7. Sugerimos que se supriman, por dos años, las actividades extraescolares subvencionadas.

8. Rogamos que se corte el despilfarro de las interminables pruebas de diagnóstico. La enfermedad la conocemos a la perfección a través de las evaluaciones (¡aterrador fracaso escolar!), lo que hace falta es poner el remedio .

9. Exigimos que se consensue, ¡de una vez por todas!, Una Ley Orgánica para la Educación que sobreviva a la alternancia en el poder de los dos principales partidos políticos, que se valore el esfuerzo de los alumnos y se potencie la dignidad y la autoridad de los profesores.

¡La primera reforma estructural pendiente en nuestro país es la educativa y si no se aborda con acierto, nunca se sentarán las bases para la capitalización del factor humano, el desarrollo tecnológico, la innovación, la productividad y en definitiva, el empleo!

ACTUALIZACION. La siguiente propuesta me ha llegado hoy por distintos medios. Al contrario que la anterior, me parece nefasta. En primer lugar, por la demagogia de hacer que paguen "los ricos", sin pensar en que los ricos son quienes pueden impulsar y mantener el tejido industrial y comercial, y que la respuesta inmediata de "los ricos" podría ser cambiar de domicilio fiscal a cualquier país que no les castigue por serlo. Y en segundo lugar, por la demagogia de la guerra, el populismo irresponsable que cuestiona permanentemente nuestros compromisos internacionales en un país donde el triunfo del islamismo radical sería nefasto. Esta es la propuesta:

- Recuperar el Impuesto de Patrimonio para fortunas superiores a 1 millón de Euros: 2.200 millones € /año.
- Gravar el IRPF a las rentas superiores a 8.000 Euros mensuales al 50% (43% actual): 2.900 millones € /año.
- Gravar las SICAV (Sociedades de Inversión de Grandes Fortunas) al 20% (1% actual): 2.000 millones € /año.
- Subir Impuesto Sociedades a Grandes Empresas (capital superior a 1.000 millones) al 35%: 2.500 millones € /año.
- Retirada del Ejército de Afganistán: 400 millones € /año.
Suma total: 10.000 millones € /año

miércoles, 12 de mayo de 2010

Spain is the pain

Termino el curso de "Prevencion de riesgos laborales" que nos han obligado a hacer a los profesores (sí, a los de filosofía también). Copio las respuestas que me han pasado en un papel sin leer siquiera las preguntas. De todas formas, el programa informático te avisa si has cometido un error, para que lo rectifiques (no vaya a ser que alguien no apruebe el curso). Siempre me han entristecido los trabajos mecánicos, así que me siento estúpido y alienado contemplando mi certificado de seis horas de formación mientras me pregunto "¿cuánto se habrá gastado la Administración en esta locura digna de Kafka?".

Vuelvo a casa. Es la una del mediodía y las farolas de la autopista, como ayer, brillan con fuerza iluminando nada. La radio repite la noticia del día: la propuesta del gobierno para reducir el gasto público. Pero yo sigo dándole vueltas a la que leí por la mañana: "La OCDE auguró que sufriríamos más la crisis a largo plazo y reiteró su recomendación de realizar más reformas, en particular en la educación y en el mercado de trabajo" (noticia completa). Al fin alguien pone la palabra "educación" en todo esto. La educación no debe servir sólo para alfabetizar y asegurar unos mínimos de cultura que no nos pongan demasiado abajo en el Índice de Desarrollo Humano, sino también para preparar a aquellos de quienes en el futuro dependerá el desarrollo industrial y comercial del país.

Mientras en el instituto los chicos prueban los nuevos papadeltas de color lila, los jefes de departamento ideamos el modo de gastar un presupuesto (yo tengo 900 euros) que nadie reclama y que podría estar cobrando un parado. Las luces encendidas en las aulas con las ventanas bajadas, las toneladas de papel desperdiciado, los ordenadores portatiles que nos dieron... ¿cuántas jubilaciones pagarían? Pero no lo pienso mucho. Sigo adelante. Y detrás, las farolas iluminando la llanura manchega a la una del mediodía me recuerdan: "Este desierto es lo que llamas patria".

miércoles, 5 de mayo de 2010

Crisis y pesimismo

Lo que dice Paul Krugman aquí acerca de la situación económica de España es, nos tememos muchos, básicamente cierto. Y sólo podremos evitar su pesimista conclusión acerca de la moneda única si la Unión Europea es capaz de articular un gobierno común sólido y con capacidad de decisión. Entiendo que muchos opinen que no se puede permitir que Grecia (o España, o quien sea) se gaste millones de euros que tendrán que serle más tarde prestados por países que no intervinieron en su decisión de gastarse toda esa pasta, y que muy probablemente tuvieron que sufrir los inconvenientes del ahorro y la austeridad.

Pero, claro, esa es exactamente la dirección contraria a la que seguimos aquí, donde las administraciones autonómicas multiplican por 19 el gasto público, y donde teníamos mucha prisa por gastarnos el dinero de Bruselas aunque no supiéramos en qué (e hicimos carriles bici). Aquí, donde las farolas de la autopista iluminan el mundo a las 12 de la mañana (tengo fotos), y los funcionarios de la Administración desayunan de 10 a 12. Aquí, donde un Ayuntamiento se puede gastar, sin que nadie diga nada, yo no sé cuántos millones en abrir una calle para meter supercable y, un mes después, volverla a abrir para cambiar el alcantarillado. Aquí, en el país de los mil derechos y las cero obligaciones, de la reivindicación sin esfuerzo, del proyecto sin inteligencia, y del sinopasaná.

Así que acabaremos como Grecia, sí: quizá no con su deuda, pero sí con todo el mundo en la calle, despertados del cálido letargo del Estado Social y sorprendidos de pronto por la constatación empírica de que Hacienda somos todos. Y sin un modelo serio de crecimiento ni de educación, volveremos, como siempre, a parecer ante Europa como esa nación de adolescentes inmaduros con los que sólo se puede contar para bailar la estúpida canción de su perpetuo verano.

viernes, 30 de abril de 2010

Cuatro sencillas normas para levantar un país


1. Saber qué es un país.

Es decir: obviar los debates nominalistas y las metafísicas que sólo esconden ejercicios de dominación y retrocesos sociales. Atender al conjunto de personas, en su bienestar y en sus derechos, pero también como instrumentos de un afán histórico y de una ilusión colectiva.

2. Saber para qué se quiere levantar ese país (fines).

Priorizar objetivos: tecnológicos, económicos, culturales. Como primer objetivo, desde luego, la mejora de las condiciones materiales de existencia. Pero también las metas a largo plazo, siempre definidas por grandes valores (¿la libertad?, ¿la justicia?...), con los sacrificios que ello conlleva: la renuncia a una existencia vegetativa, posthistórica, a un cuerpo de vacaciones, la maximización del esfuerzo, la heroicidad del trabajo bien hecho...

3. Saber cómo se puede levantar ese país (medios).

Un país se levanta sobre una economía, pero ésta, a su vez, es inviable sin un sistema de valores, de fines, sin una educación del cuerpo y del espíritu. Por eso la verdadera estructura, en el sentido marxista del término, es la "educación". Y no en el sentido institucional del término, sino en cuanto trama de símbolos intelectuales y emocionales, así como de hábitos físicos, forjados en la interacción social. Como proyecto, en fin, en el que deben estar implicadas todas las fuerzas de la sociedad ("toda la tribu educa" -repite Marina). Entender que no se puede sostener un país dejando que se extiendan por todas partes, como un cáncer, las pasiones más mezquinas y los afectos más narcotizantes.

4. Saber cómo se protege un país.

Elegir como aliados a aquellos países que comparten con nosotros grandes objetivos históricos (véase norma 2) y mantener con ellos vínculos de trabajo, de cooperación, de acción. Mantener esos vínculos por encima de los mezquinos intereses de los partidos y de los cambios de gobierno. Y establecer, cómo no, un sistema de garantías sociales que impida los abusos y equilibre las desigualdades producidas por la naturaleza o los vaivenes del mercado.

miércoles, 21 de abril de 2010

¿Qué es un golpe de Estado?

Dado que uno de los fundamentos de la democracia moderna es la división de poderes, cada uno de esos poderes constituye una parte respecto al todo en que se expresa la soberanía popular. Que una sección del poder ejecutivo -en este caso, la Generalitat de Cataluña- niegue legitimidad al Tribunal Constitucional, se asigne a sí mismo funciones judiciales -en tanto intérprete del espíritu de la Constitución-, y amenace con no acatar las decisiones del mismo a no ser que coincidan con los proyectos políticos de dicho gobierno: todo esto es lo más parecido que ha vivido España a un golpe de Estado desde el 23-F (más aún que el Plan Ibarretxe, que no llegó a nada, y que la huelga de los jueces...)
ACTUALIZACIÓN. Feliz coincidencia: acabo de ver que Enrique lo explica más extensamente y mejor que yo aquí.

El Estado... ¡somos nosotros! Qué risa, ¿no?

domingo, 18 de abril de 2010

Los hermanos Grimm: esos malditos machistas

Las cosas más estúpidas de este mundo son aquellas para las que no encuentras argumentos con que refutarlas...

sábado, 10 de abril de 2010

Diplomático en el Madrid rojo

Hace unos años Abelardo Linares me encargó para la Editorial Renacimiento la traducción de un famoso texto de Felix Schlayer titulado Diplomat im roten Madrid. La edición se retrasó y, estando el texto en imprenta, apareció una versión del mismo en la editorial Áltera. En ella había cambios significativos: por ejemplo, el título del libro se había transformado en el apocalíptico Matanzas en el Madrid republicano. Paseos, checas, Paracuellos... Ciertamente, el libro habla de todo eso, pero bastante traidor es ya todo traductor como para encima esforzarse en parecerlo, y el título no añade nada al elegido por Schlayer para sus memorias, salvo una buena dosis de demagogia y marketing. Pronto comprobamos que había algún que otro desliz en la traducción de Áltera: traducía "kommunistisch" por "socialcomunista", haciendo sutilmente partícipes a los socialistas de lo que hacían las organizaciones comunistas. Pero el error más importante es que, en una conversación entre Carrillo y Schlayer, se traduce "y a mí esto me pareció posible" (möglich) por "lo cual me parecía inverosímil". Es decir, según la traducción de Áltera, Schlayer habría considerado imposible que Santiago Carrillo no supiera nada de los crímenes que se estaban cometiendo, cuando el texto dice justamente lo contrario.

Hasta aquí lo reprobable. Y ahora vienen las matizaciones: pues con estupor descubro que quienes defienden la traducción que yo propuse, se quedan agarrados férreamente a esa frase, como si en ella se condensase toda la moraleja del libro: según esta lectura, en el Madrid republicano se habrían cometido muchos crímenes, pero Schlayer afirma que Carrillo y los grandes dirigentes políticos del momento no supieron nada. Aquí hay un debate sobre esto. Así que me veo obligado a matizar: ciertamente Schlayer dice en ese momento que le pareció posible que Carrillo no supiera nada, pero en el relato inmediatamente posterior el autor va volviéndose escéptico respecto a su impresión inicial. Nada más decir que le pareció posible que Santiago Carrillo no supiera nada, continúa: "Pero incluso en esa noche y al día siguiente, se continuó con la deportación desde las prisiones, sin que Miaja o Carrillo se esforzaran por hacer algo. Y esta vez no tenían la excusa de no saber nada, pues ya habían sido informados por nosotros" (p. 140). Así pues, todo el libro pone en cuestión el tan cacareado espíritu democrático de los líderes republicanos, sugiere la absoluta despreocupación del gobierno, cuando no su implicación directa, relata crímenes concretos de las organizaciones obreras contra civiles considerados "burgueses" (secuestros, robos, asesinatos, asaltos a embajadas extranjeras...), presenta una versión desconocida de la Pasionaria al poner en su boca que la solución al problema político era "que una mitad de España extermine a la otra" (p. 244), lamenta la inexistencia en España de una clase media realmente democrática, etc., etc. No es, por tanto, necesario ni justo deformar las frases del libro para hacerse una imagen desmitificada de los últimos años de la Segunda República. Lo necesario y justo para nosotros es leer el relato de Schlayer con la dosis precisa de interés y espíritu crítico: es una parte fundamental de nuestra memoria histórica.

viernes, 2 de abril de 2010

El Dios al que pasean por las calles

Más sobre monoteísmo e imaginería (entre otras cosas) en la Taberna.

sábado, 27 de marzo de 2010

El chivo expiatorio

Breve apunte sobre la Semana Santa para animar la Taberna...

domingo, 21 de marzo de 2010

La ruina

Hablo por teléfono con Paco Gallardo la primera tarde cálida de este año. Está en Sevilla, fumando un cigarro en la puerta de un bar con Jesús Beades. Mientras hablamos, contemplo desde la terraza de mi piso manchego los edificios abandonados que hay enfrente, y me pregunto qué rara satisfacción nos dan estas cosas viejas, inservibles, ruinosas. La ruina era una metáfora muy querida por los románticos. Schleiermacher la explicaba de la siguiente manera: "Si de una gran obra de arte no considerarais más que un fragmento particular y si, a su vez, en las partes concretas de este fragmento percibís contornos y proporciones totalmente bellos de por sí, que están contenidos en este fragmento y cuyas reglas cabe descubrir enteramente a partir del mismo, ¿no os parecerá entonces el fragmento más bien una obra de por sí que una parte de una obra?”. Pero la ruina no es sólo una categoría estética, basada en la constatación de que cualquier fragmento también es, respecto de sí mismo, un todo. También es una categoría ontológica: el mundo es la ruina que evoca su propia totalidad perdida. Contiene la belleza de lo efímero: el recuerdo de que el ser, incluso en su más espléndida forma, es tiempo, y por tanto, ocaso. La ruina es la memoria de que todas las cosas están, en el fondo de sí mismas, rotas. Pero lo ruinoso no sólo es atractivo en cuanto evoca un pasado, sino en cuanto convoca un futuro: el caos, decía Schlegel, "que espera del roce del amor para desarrollarse". Y en otro lugar: "Sólo es un caos aquella confusión de la cual puede surgir un mundo". Por eso la contemplación de la ruina provoca en nosotros la experiencia de una promesa, escondida en las vigas desvencijadas y en las grietas mohosas de los muros. Más aún si brillan bajo el sol de esta esperada primavera.

domingo, 14 de marzo de 2010

Hipocresía abertzale

En el fondo del conflicto vasco hay siempre un problema de falta de explicitación. Lo primero que hay que poner sobre la mesa en un conflicto son las reglas que lo van a regir. Uno de los grandes logros de la civilización fue, precisamente, la "guerra", entendida como forma reglada de matarse, para sustituir a la forma indiscriminada de hacerlo. Aquí esto no se ha aclarado. Por eso resulta tan grotesca la retórica del mundo abertzale. Con el asunto éste de Jon Anza, en Gara ya hablan del "día en que Francia dejó de pertenecer al mundo civilizado". ¿No les merece, al menos, el mismo juicio quienes ponen bombas en los aeropuertos y tirotean a representantes políticos en plena calle?.

Es curioso. Ante la sola posibilidad de que se trate de un caso de violencia policial, desaparece el reiterado discurso que declara: "Estas son las graves consecuencias de un conflicto político que hay que resolver". No parece que lo consideren una mera consecuencia "lamentable". De hecho, parecen muy indignados, se manifiestan, y reclaman justicia. Exigen que cosas así no se repitan. Todo esto se parece bastante a "condenar" estos hechos (incluso antes de saber si han tenido lugar o no). En Gara se dedican más páginas y más artículos a la mera sospecha de que Anza haya sufrido una detención ilegal, que al hecho constatable y verificado de que ETA se ha cargado de un tiro a un policía francés. Se ve que tampoco ellos se conforman con que el dolor y la violencia sean meras "consecuencias" de un conflicto. Lo verían más claro si hubieran estado desde el principio en la trinchera de las víctimas.

miércoles, 10 de marzo de 2010

¿Para qué educar?

Los cursos se suceden como los proyectos de ley: por inercia. A los niños les decimos que hay que ser tolerantes y les enseñamos cuatro o cinco chorradas; luego, toqueteamos los impuestos para que la gente se anime a hacer obras en su casa y -tal vez- se compre un coche. Y entre una cosa y otra, llega el viernes. Entonces hay tiempo de comer más, de dormir más, de viajar más, de reírnos más, de copular más: "lo verdaderamente importante", decimos. Mientras tanto, da la impresión de que la historia nos deja de lado. Una cruel ironía para Occidente, cuyo pensamiento más in (Fukuyama, Rorty, Vattimo...) quiso declarar la muerte de la historia, justo antes de morir a manos de ella. Y lo peor: la que vuelve es la misma Historia con mayúsculas que, según Hegel, utilizaba fugazmente a los pueblos para luego abandonarlos en el tiempo de un simple acontecer sin sentido ni destino. Así, China desmonta a golpe de PIB nuestra más vieja y preciada premisa: la que dice que, a más libertad, más bienestar. Cada informe de los organismos económicos internacionales prevé un crecimiento desmesurado en el Sudeste asiático, animado por la locomotora china, cuyo régimen desintegra por igual el dogma marxista de la propiedad privada y el dogma hegeliano de la libertad burguesa. China demuestra (al menos de momento) que la represión y la negación del individuo pueden coexistir con la tecnología y la satisfacción existencial. Pero allí se sabe bien cuánto cuesta domesticar al hombre y convertirlo en una herramienta dura y provechosa: nosotros tardamos siglos en hacerlo, y lo hemos desmontado en cuarenta años. Así, mientras los niños chinos tienen que aprobar duros exámenes para acceder a la educación secundaria no obligatoria, nuestros estudiantes universitarios celebran una perpetua fiesta de la primavera y nuestros chicos de la ESO forcejean con los maestros para que no se le quite el móvil. En las clases de todos los niveles educativos se respira un aire viciado: la apatía, la desgana, el aturdimiento. No sabemos para qué vivir, así que no sabemos para qué educar. Consecuencia: no educamos.

miércoles, 3 de marzo de 2010

El mar en La Mancha

El olor del pan tostado al levantarme. Las calles de T., con sus bicicletas y su imperfecto asfaltado. El pausado trajín de las mujeres en la plaza. Las vides, como una alfombra verde extendida a mi paso cada mañana. Después, su vino nuevo. Y ahora, el mar. ¿Qué más se puede pedir?


martes, 23 de febrero de 2010

Formación del profesorado

Hace un par de días llegó al centro una carta de la Consejería de Educación invitando a los profesores a que demos nuestra opinión sobre los cursos de formación. No sé si el lector sabrá que a los profesores se nos "anima" a realizar este tipo de cursos para conseguir puntos en los concursos de traslados, pagos de sexenios, etc. Pues bien, cuando mande por escrito mi opinión, diré más o menos lo siguiente:

Considero que la oferta de formación del profesorado es básicamente un escándalo y una tomadura de pelo. Un escándalo: porque se resuelve en una mera compra-venta de puntos, en la que es posible el milagro de superar, en una sola tarde y desde el ordenador de tu casa, un curso de 100 horas, si has pagado 100 euros al sindicato que lo oferta. Una tomadora de pelo: porque la calidad, el objeto y la evaluación de la mayoría de los cursos es tan lamentable que posibilita -y es sólo un ejemplo- que un profesor de física obtenga puntos realizando un curso de patinaje o que aprenda a realizar unidades didácticas en un par de horas.

Para que nadie diga que critico por criticar, ahí va mi propuesta: un órgano único, centralizado, especializado y de carácter estatal, dedicado exclusivamente a la evaluación del profesorado. Este órgano ofertaría cursos impartidos por especialistas, y no por cualquier cantamañanas que ha encontrado eco en un sindicato proponiendo un curso sobre... gastronomía tailandesa. Por ejemplo. Pero sobre todo que se encargue de evaluar que el profesor ha alcanzado realmente unos objetivos que realmente mejoren la calidad de la enseñanza. La temática de los cursos podría ser:

1) Didáctica. Pero en serio: con proyectos de innovación en las técnicas educativas. No vanas y vagas reflexiones pseudopedagógicas sobre el aprendizaje, sino proponiendo formas de motivación, de estructuración de las clases, de utilización de nuevas tecnologías, etc.

2) Especialidades. Cursos para ampliar conocimientos sobre cada una de las materias. Actualizar información sobre los temas que se imparten, permitiendo "reciclarse" al profesorado en el conocimiento.

3) Idiomas. Al igual que los valores, los idiomas no se aprenden como objeto de una asignatura en un par de horas a la semana, sino insertos en una praxis concreta y continua. Por eso, el futuro de la educación pasa por la impartición de materias en diferentes lenguas, como ya ocurre en algunos centros. Pero para ello es necesario que el profesorado conozca otras lenguas y pueda impartir parte de sus clases en ellas.

Lo importante, en fin, no es la oferta formativa misma (en la que encontramos de todo), sino el modo en que esa oferta se evalúa. Mi propuesta es, en definitiva, que se marquen unos objetivos concretos (¿qué le falta al profesorado español para estar a la altura de -digamos- el profesorado sueco?), y a partir de ahí se desarrolle una oferta formativa que se evalúe por un órgano serio. Y que se deje de gastar dinero y tiempo en este enésimo maquillaje de la educación.

miércoles, 10 de febrero de 2010

Propósito para la próxima vida

Termino, por fin, los exámenes de Antropología. Cierro un artículo sobre Schiller y lo mando por correo. Retomo las traducciones de Nietzsche. Pero en la cabeza: terminar aquel poema... Ahora mismo recojo los exámenes de 2º de Bachillerato, corrijo alguno. Querría escribir algo en el blog, me pongo a ello. Pienso en las Lagunas de Ruidera: están espléndidas desde las últimas lluvias, y me imagino pescando con Jaime, sentado apaciblemente en una orilla. En mi agenda: comprar el AVE para Sevilla, llamar a una profesora, hablar con este alumno, cambiar examen, ir al banco, sacar tres libros que necesito para esta asignatura, lavar el coche y que de paso le revisen ese ruidillo extraño que le oigo desde hace algunos días. Pero esto también urge: comprar comida, pagar el alquiler. No puedo dejar de ir al peluquero antes de parecer un pastor de brie. Pero tendré que hacerlo mañana. Ahora tengo que recoger la ropa, hacer la cena, descansar por fin...

Propósito para la próxima vida: hacer sólo una cosa. La que sea. Pero sólo una.

ACTUALIZACIÓN: Me refiero a algo así, por ejemplo...

miércoles, 20 de enero de 2010

El terremoto de Munilla

Lo que opino de esta conjunción de anticlericalismo e intolerancia, aquí. Aunque me quedo con el artículo de Enrique, acá.

martes, 19 de enero de 2010

Antiamericanismo

Robert Kagan desenmascaró muy bien la hipocresía de los europeos que, instalados en su paraíso posthistórico, se desarman y rechazan la guerra con argumentos morales, al tiempo que disfrutan del paraguas militar de los Estados Unidos. Ese antiamericanismo, que ve en los Estados Unidos el reflejo de nuestras propias miserias pasadas (colonialismo, violencia...) con los ojos de la culpa y el remordimiento, afloró el otro día: repitiendo la consigna de ciertos caciques ideológicamente subdesarrollados, el presidente de un país donde se hablaría alemán si no fuera por los norteamericanos, se mostró indignado por la unilateralidad con que Estados Unidos actuaba en Haití. Lo cierto es que, si la cosa dependiera de los europeos, todavía se estaría discutiendo si lo que hay que enviar son cascos azules o voluntarios de la Cruz Roja. Por suerte hay allí miles de soldados norteamericanos arreglando, un poco, las cosas, mientras los europeos y los bolivarianos discuten sobre quiénes deben hacerlo y bajo el mandato de quién. Al final siempre son los americanos los que, con su dinero y sus soldados, con su determinación y su activismo, sostienen los muros de la civilización.


jueves, 14 de enero de 2010

Pensar totalitariamente (de Vic al gobierno mundial huxleyano)

Siempre he defendido que no es necesario justificar los sentimientos, pues son algo sobrevenido. Todo aquello que nos atrae o nos repugna, desde el sexo a la patria , es producto de una sofisticada interrelación de causas genéticas, históricas y biográficas que, en sí misma, no merece más valoración que el puro azar. Pero los pensamientos sí requieren justificación. Por eso sentirse sólo catalán es algo en sí mismo legítimo (consecuencia, si se quiere, de una historia de malentendidos), pero pretender desplazar los centros de poder según un ideario político concreto es algo que requiere aclaración y fundamentación.

El nacionalismo separatista, originado en una sentimentalidad étnica, justifica su discurso sobre la conjunción de dos conceptos: autodeterminación y territorialidad. Pero es justamente esta justificación racional la que falla: pues o bien demarcamos a priori un territorio para que sus habitantes ejerzan la autodeterminación (y entonces, por ejemplo, los vascofranceses tendrán que verse arrastrados, sin quererlo, a un Estado vasco si lo desean una mayoría de vizcaínos y guipuzcoanos) o bien el territorio lo constituye, a posteriori, el ejercicio de autodeterminación, pero entonces, ¿quiénes se autodeterminan (los guipuzcoanos, los vascos, los españoles...)? Esta paradoja manifiesta el origen totalitario de un planteamiento que parte de la premisa de que el poder es uno y de que el sujeto del poder también es uno: un pueblo que, inevitablemente, tiene que terminar definiéndose por caracteres étnicos, religiosos o idiomáticos. Pues si no, ¿cómo podría ser uno?

Por eso creo que el pensamiento nacionalista es una de las últimas inercias de un modo de pensamiento del pasado. Por el contrario, es evidente la ventaja que tiene, con respecto a esta visión típicamente moderna, el desarrollo de nuestras sociedades que ya no son sólo modernas: nosotros no creemos en la identidad del poder ni en la existencia de un sujeto colectivo. Creemos en individuos que entretejen diversas identidades relativas. Y creemos, sobre todo, en la diversificación del poder, porque hemos visto los peligros de su uniformización. Ahora hay poderes municipales, autonómicos, nacionales, europeos, limitados por tratados internacionales, organizaciones cívicas, sindicatos, lobbies, iglesias, etc. El poder no es uno, sino múltiple. Esto tiene desventajas, desde luego: en cualquier proyecto político colisionan muchas fuerzas. Todo se hace lento. Todo produce conflictos. La vida política agota.

Pero es mejor así: el poder ha sido siempre sagrado, porque es demoníaco. Demasiadas cosas están en su tablero de juego. Cuando ha sido único, su capacidad de acción era grande, pero también su capacidad de destrucción. Ahora, todo debe ser negociado, disputado. Por eso es bueno que España sea multada cuando incumple la legislación mediambiental europea. Por eso es bueno que el gobierno de Vic, incluso contra la voluntad de la mayoría de sus habitantes, tenga enfrente un poder que le obligue a empadronar inmigrantes. Porque a la vista está que el poder, local o mundial, se vuelve totalitario cuando en él se congregan, como en el Leviatán, todas las fuerzas físicas de una sociedad. Se vuelve absoluto y, con ello, divino. Y por eso hoy en día ser demócrata no significa tanto defender el sistema sufragista, como aceptar la tediosa realidad de un poder fragmentado, valorarla como el verdadero espacio en que es posible nuestra libertad.