martes, 31 de mayo de 2011

A ver si se acaba ya esto

Deslegitimación del Estado, negación de la democracia representativa, odio a los banqueros, desprestigio de los partidos políticos. ¡¡Benito, Adolfo, estaos quietos!!

ACTUALIZACIÓN: Ya han empezado a hablar de limpiar...

sábado, 21 de mayo de 2011

Democracia real... cada vez menos

Esta entrada es, fundamentalmente, una respuesta a los comentarios hechos a la anterior. Ante todo, muchas gracias a quienes se han tomado la molestia de hacerlos, tanto a los elogios como a las críticas. En primer lugar quiero puntualizar mi referencia al mundo islámico: el motivo de mi preocupación no era el hecho de que se tome ideas de ellos -que lo hemos hecho, y a menudo, a lo largo de la historia- sino que da la impresión de que aquí ya no crece nada propio: no hay ni visión ni ideas. Todo es un simulacro de algo que ocurrió en el pasado o que está ocurriendo en el presente en otra parte del mundo.

Yo puedo entender el entusiasmo que causan estos espectáculos de euforia moral colectiva. En un mundo repetitivo, individualita y desestructurado, todo atisbo de cohesión social en torno a ideas morales no puede sino causar entusiasmo. El propio Kant -y eso que tenía un carácter poco revolucionario- describía así su percepción de la Revolución Francesa: "La revolución de un pueblo lleno de espiritu, que hemos visto realizarse en nuestros días, podrá tener éxito o fracasar; puede, quizá, estar tan repleta de miserias y crueldades, que un hombre bienpensante, que pudiera esperar ponerla en marcha por segunda vez, no se decidiera a un experimento de tales costos: una revolución tal, digo no obstante, encuentra en los ánimos de todos los espectadores que no están ellos mismos involucrados en el juegouna tal participación en el deseo, que rayana con el entusiasmo incluso si su exteriorízación resulta peligrosa; tal, en suma, que no puede tener otra causa que una disposición moral del género humano". Con todo, mi carácter se acerca más al de Gómez Dávila cuando escribía (cito desde mi mala memoria) "nada hay tan deprimente como una multitud en el espacio; ni nada tan entusiasmante como una multitud en el tiempo".

Me parece muy bien que la gente exprese su descontento. Tenemos muchos motivos para ello. También me alegra que cada cual ejerza su derecho democrático a reivindicar lo que crea justo (incluso aunque muchos no asuman la posibilidad de estar equivocados). Lo que no acepto es diluirme en un fascio cuyo único contenido político perceptible es la pura negación de lo que hay. Es tan entusiasmante como infantil e irresponsable lanzarse al monte de los profetas, desde donde es tan fácil decir qué malvados son los déspotas y los idólatras... Se señala el pecado, pero no la redención. Y lo cierto es que aquí no se aporta ninguna solución porque ni siquiera se sabe de qué problema exactamente se habla. Ya deberíamos tener suficiente memoria histórica para desconfiar de todo esto.

Con todo, lo peor, a día de hoy, es lo que menciona Fernando. La democracia y su conservación requieren una fina mirada moral que le falta a la mayoría de la gente, especialmente en este conjunto de tribus anarquistas que llamamos España. Me refiero al hecho de que las instituciones deben ser respetadas salvo allí donde son efecto de una manifiesta ilegitimidad. Lo difícil -y por ello especialmente necesario- de aceptar es el hecho de que las instituciones públicas, fruto del consenso constitucional y de una legitimidad incuestionablemente democrática- merecen ser, no ya respetadas, sino custodiadas. Protegidas con el celo del que las sabe resultado de una dura y penosa conquista histórica. Como decía Ortega, "nada de lo que da la civilización es el fruto natural de un árbol endémico. Todo es resultado de un esfuerzo". Las instituciones son ineficaces, lentas, irritantes... y, con todo, son lo único que garantiza la unidad de la ley frente al múltiple arbitrio de las voluntades. Hoy es jornada de reflexión. Idos todos a casa.

jueves, 19 de mayo de 2011

Democracia real... todavía no

Las protestas organizadas últimamente por movimientos sociales como “¡Democracia Real Ya!” me han animado a actualizar el blog, que lo tenía muy abandonado. Trataré de ser conciso, aunque el tema merecería una perspectiva mucho más amplia: lo que en primer lugar me llama la atención de estas protestas es el hecho de que la vieja y revolucionaria Europa ahora necesite tomar ideas de los pueblos islámicos para saber cómo reaccionar ante los problemas del orden socio-económico que ella misma ha creado. Primer signo preocupante. En segundo lugar, que en ellas se mezclen toda clase de reivindicaciones, más o menos razonables, pero sin ninguna unidad real más allá del hecho de que quienes las defienden están allí en la misma plaza: la ley D´Hont y la monarquía, la congelación de las pensiones y el paro juvenil. Las revoluciones políticas se hacen arrastrando a las masas detrás de dos o tres ideas simples pero convincentes. No se cambia un país, y menos un sistema globalizado, por meter todas las frustraciones existentes bajo la misma tienda de campaña. Es la falsa y abstracta generalidad -que ya desenmascaró Hegel, y tras él Marx- de lo que no posee más unidad que la de la acumulación. Pero, en fin, lo que más me inquieta de las protestas es la evidente falta de realidad, su fijación en mecanismos de mera negatividad, de inadaptación al mundo. En la psiquiatría clásica, eso se llamaba “neurosis”; y en filosofía, “romanticismo”. Ante todo, esa fe infantil en que la democracia (el gobierno del pueblo) ha de coincidir necesariamente con la prosperidad, la felicidad, la justicia y la paz, y que cuando éstos no se dan, ha de haber un culpable. En definitiva, todo ese afán judicial por estar continuamente condenando el carácter deficitario de lo real: afán, por cierto, que nada tiene que ver con la sana esperanza del “todavía no” que siempre crece sobre la lucidez que otorga el contacto con la realidad. Toda buena política es el resultado de un difícil equilibrio entre utopismo y realismo. Cuando este equilibrio se rompe a favor de una impugnación obsesiva de lo real y de una exaltación de “lo otro”, sin contenido alguno, la política corre el riesgo de convertirse en mesianismo, y el resultado de esta forma de conciencia política suele ser el autoritarismo, no la libertad. Lo que, en todo caso, podemos decir de estas protestas es que constituyen, sin duda, un signo de agotamiento, y deberían ser consideradas como un motivo de preocupación.