martes, 24 de febrero de 2015

¿Por qué todos somos Walter White? (Un apunte filosófico sobre Breaking Bad)

No quiero ni necesito comparar con otras artes la felicidad y el conocimiento que me han aportado siempre el cine, las series y en concreto las dos mejores series de todos los tiempos: Breaking Bad y The wire. Si el arte tuviera que morir, como dicen tantos, para renacer en estas nuevas formas de expresión, solo podría decir: "así sea". Al fin y al cabo, no hay forma de que sea malo el arte que uno puede disfrutar mientras bebe un Scotch y fuma un cigarro.

En fin. Algo que llama la atención en seguida de The wire es que el verdadero protagonista de la serie es Baltimore o, si nos ponemos teológicos, la Babel levantada por la soberbia humana. O, si nos ponemos filosóficos, la estructura en la cual los individuos solo cumplen un rol pasajero. El tema de la serie es una realidad compleja, una telaraña tejida por un invisible genio maligno. La visión que tenemos como espectadores es total, una mirada sub specie aeternitatis.

El protagonista de Breaking Bad, por el contrario, es una persona: Heisenberg. La serie no tiene más tema que la perversión, la degradación del individuo. El núcleo corrompido de la voluntad humana abriéndose paso hasta arrasar la felicidad del Paraíso. Todos somos Walter White porque todos somos Heisenberg: una voluntad de poder que aspira a imponerse sobre todas las cosas, sobre todos los seres e incluso sobre la muerte. Inicialmente, el mal no es autoconsciente. Por eso necesita cubrirse con una máscara moral. Pero el espectador ve lo que realmente hay detrás. Ve la hipocresía y el autoengaño y lo inevitable de la degradación misma. Por eso es inquietante. Es el mal que se despliega en el sueño de la necesidad moral. Cuando Walter White decide empezar a fabricar metanfetaminas, lo hace convencido de que debe cuidar de su familia y proveer para el futuro. Cada paso que da, sin embargo, lo aleja de ese fin. Y, mientras, el espectador ve la necesidad de lo que ocurre, la trampa en la que Walter White está cayendo de una manera tan obvia como demoníaca. El desasosiego que acompaña al espectador durante toda la serie tiene que ver con la certeza de que el horror que está presenciando es el resultado de una cadena lógica absolutamente necesaria cuyo inicio es una buena intención. Así que el influjo del mal sobre el individuo se vuelve omnipotente. La conciencia no es más que una ilusión. Spinoza decía que un hombre que se cree libre se parece a una piedra que, arrojada al vacío, tomara de pronto consciencia y creyese que cae por decisión propia. Somos piedras arrojadas al vacío, prisioneros de la ilusión de libertad.

En el capítulo llamado “The fly” dice Walter White: “Todo se reduce a partículas subatómicas colisionando infinita y aleatoriamente entre ellas. Eso es lo que nos enseña la ciencia. ¿Pero qué significa? ¿Qué intenta decirnos que, la misma noche en que la hija de ese hombre muere, esté tomando una copa conmigo? ¿Quiero decir… como puede ser eso azar?”. En realidad, no es azar: es la infinita cadena de los efectos y las causas en la cual la acción personalísima del individuo tiene una fuerza potencialmente universal. “Lo hice por mí”, termina reconociendo Walter White. Y es esta acción de un ego encerrado en sí mismo lo que aniquila el orden de un sistema en sí mismo perfecto. Al contrario que en The wire, donde -como decía Adorno- "la totalidad es lo falso", Breaking Bad se mueve en el marco de una teodicea optimista. Por eso la perspectiva de The wire es estructuralista, mientras que Breaking Bad esconde una metafísica de lo más clásica, en la que la voluntad corrupta del individuo actúa en una realidad trascendentalmente buena, bella y verdadera. Sobre ella planean, como alas del mismo pájaro, la perdición y la redención.