domingo, 21 de agosto de 2016

La decisión

“Vivir es sentirse fatalmente forzado a ejercitar la libertad, a decidir lo que vamos a ser en este mundo. Ni un solo instante se deja descansar a nuestra actividad de decisión. (...) Pero el que decide es nuestro carácter”. La cita es de Ortega, a quien he estado releyendo este verano. Si tiene razón nuestro filósofo más afamado, vivir significa elegir y cada individuo es, en mayor o menor medida, coautor de su propia existencia. Esta definición me lleva –lejos en el tiempo y en el espacio– a Kierkegaard, el filósofo a quien leían Faemino y Cansado. Para el danés, la libertad va unida a la angustia ante el infinito abanico de todo lo posible, de la que solo nos saca la decisión. La angustia procede del miedo a renunciar a todo cuanto se nos ofrece como pura posibilidad: el miedo a comprometerse en una relación y renunciar a otras; el miedo a elegir una profesión en lugar de cualquier otra; el miedo en general a la vida, que es riesgo, sacrificio y finitud. Así, el infantilismo podría caracterizarse como la negativa a asumir esta verdad: que vivir exige tomar decisiones que desembocarán en consecuencias, y que toda decisión es, al mismo tiempo, una renuncia, una transmutación de la posibilidad infinita en realidad finita.

Le daba vueltas a todo esto al contemplar un día más el panorama siniestro de la política nacional. Pensaba que alguno –yo mismo, sin ir más lejos– podría ver en el actual modo de hacer política del PSOE ciertos rasgos de este infantilismo. Respecto a la investidura, claro, pero no solo. Hace años que su vicio es el mismo: quiere ser serio y europeísta pero, al mismo tiempo, tontea con las promesas anti-sistema del populismo; quiere ser un partido español, incontestable defensor de la unidad nacional, pero hace guiños al discurso de los nacionalistas, a veces para gobernar con ellos, otras como simple muestra de su obsesión por no hacer nada con la derecha; quiere ser socialdemócrata y, a la vez, toda la izquierda; quiere ser escrupulosamente laico, pero da el salto mortal al anticlericalismo cuando puede; no quiere apoyar un gobierno del PP, no quiere llevarnos a terceras elecciones, no quiere articular un gobierno alternativo. Quiere no tener que decidir y, al no decidir, toma la peor decisión: decidir la nada.

Cuando, en el Congreso Extraordinario del año 79, se decidió abandonar las tesis marxistas, muchos pensaron que una decisión de tal magnitud haría peligrar la hegemonía del PSOE en el ámbito sociológico de la izquierda. No fue así, pero toda decisión conlleva riesgos, y la única actitud viable a la larga es asumirlos. Habrá que ver qué tipo de riesgos están dispuestos a soportar los actuales dirigentes del Partido Socialista, porque después de todo lo dicho no conviene olvidar la inquietante coda de la cita de Ortega: quien decide es siempre nuestro carácter.