domingo, 10 de septiembre de 2017

Elogio y refutación del humor

La escena es bien conocida: Un monje llamado Jorge de Burgos -facciones duras, ojos blanquecinos por la ceguera- le explica a Guillermo de Baskerville (trasunto literario de Ockham, la incipiente modernidad nominalista) cuáles son los peligros de la risa. "La risa es un viento diabólico -dice el airado monje- que deforma las facciones y hace que los hombres parezcan monos". La descripción del monje busca, obviamente, nuestra antipatía. Su odio a la risa es solo expresión de un odio general, más profundo, contra el ser humano y contra la vida. Representa la mirada irritada de un mundo que prefiere la férrea seriedad del orden a la caótica alegría de una libertad venidera. Jorge -¡atención spoiler!- resulta ser finalmente el responsable de las extrañas muertes acontecidas en la abadía, al haber envenenado las páginas de un libro de Aristóteles dedicado a la risa. 

Pues bien: Cuando Aristóteles, en la Poética, se ocupa de la comedia y el humor, señala con claridad que se trata de un arte de segunda. "Lo cómico -dice- es un defecto y una fealdad que no contiene ni dolor ni daño". Imita, frente al gran arte de la tragedia, aquello que es feo, miserable, estúpido, no ejemplar. A pesar de este papel secundario, la comedia tiene su lugar en el arte, y precisamente porque pone de manifiesto la imperfección, pudo convertirse con el tiempo en un arte proclive a la crítica. Especialmente a la crítica social. La literatura española tiene, desde el Barroco y ya antes, muchos y muy claros ejemplos de ello. En la Alemania del siglo XVIII, el humor, lo cómico y el chiste alcanzaron incluso dignidad filosófica cuando los primeros románticos convirtieron el concepto de Witz en una categoría metafísica. Novalis decía que el ingenio humorístico (Witz) era electricidad espiritual, lo que atraviesa y unifica todos los conceptos. Pero el propio Schlegel advierte que "el Witz entendido como instrumento de la venganza, es tan peligroso como el arte entendido como instrumento de la curiosidad".

En efecto, hay algo peligroso en el humor, y he pensado en ello cada vez que algún problema social ha sido tratado frívolamente en un tuit, una viñeta, un meme humorístico. Cada producción del espíritu humano genera sus propias contradicciones y en esto el humor no es una excepción. Pone de manifiesto, intuitivamente, las disonancias del mundo, pero, al hacerlo, prescinde de las reglas lógicas del discurso. Ignora -cuando no asume deliberadamente- la facilidad con que una falacia se instala en el lenguaje y hace imposible el entendimiento. 

Pues bien: El estado de nuestra época es el de una sociedad de la risa gratuita, del humor sin motivo ni fin. El mismo hombre contemporáneo que necesita encender la tele, la radio, el ordenador, para no sentir la tristeza de una existencia nihilista, prescinde del debate sosegado, del análisis lento, de la aburrida información. Desconoce cuanto Hegel llamaba el "lento trabajo de lo negativo" y lo sustituye por un borrón, una negación abstracta, un chiste que tapa con la risa la seriedad de las cosas y que, en general, solo conserva su carácter humorístico en la medida en que se ríe de los otros. Se acuerda uno entonces de aquella famosa escena de En busca del fuego en que los neanderthales -inspirados por la joven sapiens- aprenden a reír cuando uno de ellos le tira una piedra en la cabeza a otro. Es, literalmente, una risa simiesca. Entonces el chiste, la viñeta, el humor no solo se desvisten de su potencial ilustrado y emancipador, sino que se convierten de hecho en el modo como se consuma la tendencia involutiva de las sociedades postmodernas: el chiste se convierte en un instrumento de la incomunicación, de la fragmentación tribal, de la venganza. 

No es difícil constatar que hoy, en las sociedades postmodernas, el humor se ha convertido en un absoluto: Debe haber humor en los debates políticos, en los mensajes de whatsapp, en los programas de cocina, en las misas y en la información meteorológica. Dan ganas de decir que no hay nada más deprimente que esta sobrecarga de risas simiescas. El humor es, sí, un absoluto y, como tal, es también un tabú: uno puede decir cualquier barbaridad y pretenderse al margen de todo juicio ético o penal con tal de aducir que "solo es un chiste". Es decir, que el chiste se ha convertido en lo más serio que tenemos. 

Termino. Suele decir mi amigo Bernardo que la vida es un cachondeo. Y tiene razón. Pero -permítanme el chiste hegeliano- también es verdad lo contrario: que la vida es una cosa muy seria. El enfado de Jorge de Burgos -tan desagradable a nuestra sensibilidad- tal vez tenga algo que decirnos a los hombres del final de la historia: La risa unifica a los hombres en el ridículo teatro de una vida siempre contradictoria y deficiente. Tal vez no deberíamos enfrentar un destino tan épico con las facciones deformadas, empujados por ese viento diabólico que hace que los hombres parezcan monos.

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