martes, 3 de octubre de 2017

Variaciones sobre un mismo tema

"Non ridere, non lugere, neque detestari, sed intelligere", decía Spinoza. "Ni rías, ni llores, ni te indignes: comprende". Sin embargo, cuesta mucho pensar con frialdad spinoziana todo lo que está pasando en este país donde, como reza el adagio esotérico, las emociones viajan más rápido que el tiempo. Porque, en realidad, el verdadero problema es que las emociones son ya el único problema. La lógica tribal se impone, la de los egos y las identidades heridas, y cuando eso ocurre solo queda decir, con Feyerabend, adiós a la razón. Hace años una imagen me impresionó mucho: un fundamentalista islámico habla ante las cámaras de su lucha contra los infieles y, de pronto, se le quiebra la voz y comienza a llorar. Es el romanticismo de los totalitarios, la delicada melancolía de los criminales. Últimamente todo el mundo llora. A mí, lo confieso, también me parece bastante triste todo esto, aunque la tristeza -dicen los psicoterapeutas- es ira reprimida y, como tal, solo espera el momento de salir; busca su válvula de escape. Mientras tanto, la guerra es de símbolos. Gracias al presidente más inepto de la historia de España, las cargas policiales del domingo se han convertido en estandartes de la represión con la misma rapidez con que se han olvidado ya las cargas de los Mossos contra el 15M y sus incontables condenas judiciales por tortura. De estos queda ahora la imagen del abrazo, su elevación ritual a ejército del pueblo. Y cuela. Esta es la magia de los símbolos, la fuerza simbólica de una imagen. He recordado estos días a Boris Groys, un teórico del arte al que traduje hace unos años. Escribió un libro titulado "Sobre lo nuevo. Ensayo de una economía cultural". Es un libro que hay que leer para entender algunas cosas de nuestro tiempo: no hay fuerza moral y política -dice- como la creación de un nuevo valor. Aunque lo nuevo sea la mierda enlatada de Manzoni. Por eso, como todas las épocas largamente estables, la nuestra es milenarista. El nacionalismo, el populismo, el yihadismo son variaciones sobre un mismo tema: la culminación de la historia, el parto de una sociedad utópica, esa estética del hombre nuevo que atraviesa nuestra historia desde el Talmud hasta los panfletos del Ché Guevara. Y es que no hay idea más vieja que la de lo nuevo. Una señora de edad avanzada también se emocionaba ante las cámaras explicando el entusiasmo que le produce asistir al alumbramiento de una nueva república. Me acordé de Kant quien, hablando sobre la Revolución Francesa, venía a decir: Es una auténtica barbarie, pero la gente siente entusiasmo por la idea de estar trayendo el Bien a la Tierra. "Entusiasmado" significa en griego "que lleva un dios dentro", es decir, iluminado, poseído. Hay siempre algo religioso en el entusiasmo político. Los símbolos, las emociones, las creencias lo ocupan todo. Por eso la violencia ya está en marcha e irá a más. La catástrofe, por lo demás, no es solo nuestra, como pretenden quienes se empeñan en ver nuestro país como una anomalía europea. Por todas partes del mundo asistimos al fracaso de la democracia como técnica racional, como procedimiento decisorio. Hace ya mucho tiempo que no hemos experimentado la verdad de que, fuera de la ley, aguardan la violencia y sus monstruos: los monstruos que produce, no la razón, sino su sueño.

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